jueves, 25 de febrero de 2010

El metro, yo y la desesperanza

Mi mundo se está cayendo a pedazos. Lo supe ayer y en ese momento pensé que no tendría problema en superarlo. La desesperanza me llegó después, o mejor dicho yo llegué a su territorio y fue inevitable que se me trepara a los hombros.
El metro es, en el México actual tan jodido y caótico, el lugar perfecto para que la desesperanza haga de las suyas. Gente que viaja grandes distancias urbanas, apretados como atunes en lata, sentados o parados sin hacer más que dormir, leer o pensar en sus broncas y miserias; gente que cierra los ojos para no ver la dolencia del otro y encontrarse con la propia tan irremediable a veces, tan despiadada siempre; gente que duerme para no pensar, que escucha las ofertas del vendedor de discos piratas para no atender a los reclamos de la miseria de un país entero.
Y yo en medio, siendo parte de todo eso por primera vez en mi vida, cerrando mis ojos, oyendo los cortos de música dance que salen de la mochila mugrosa del ambulante, pensando en un futuro incierto, intentando mantener la cordura, encontrándola en esas manos que me sostienen siempre, sonriendo a pesar del miedo atorado en el cogote.

miércoles, 24 de febrero de 2010

De correos farsantes a vestidos rojos

El subject del mail era "Oye... este wey me está pidiendo tu cel, ¿se lo doy?". En cuanto leí se me encogió la tripa porque el remitente era Angélica, una amiga de mis tiempos en el Tec de Monterrey. Te preguntarás "¿y eso qué?", para responder debo explicar que Angélica fue por algún tiempo una gran amiga de Luis Javier quien fue por algún tiempo mi novio, el primero para ser exactos. El fulano en cuestión me dejó marcada de por vida como sucede por lo general a las ñoñas como yo con su primera relación, aunque en mi caso específico el final del romance haya sido bastante desafortunado, por no decir una completa pesadilla. El caso es que Angélica ha sido el único "vínculo" entre Luis y yo, entendiendo por vínculo el que los dos mantenemos contacto ocasional con ella. Una vez en contexto puedo explicar porque hasta la vista se me nubló cuando ví el tal correo en mi bandeja de entrada. Mil cosas me pasaron por la cabeza, "no mames, ¿para qué después de tantos años? (dieciocho para ser exactos)", "¡oh no! Ahí voy de nuevo a montarme a otra maldita montaña rusa", "no que no tronabas pistolita", "sabía que soy inolvidable" y toda una sarta de estupideces de ese tipo, mientras mi corazoncito latía al límite y la computadora se tardaba años en abrir el bendito mensaje. Finalmente y después de cinco largos minutos el contenido apareció en mi monitor únicamente para mostrarme lo estúpida que puedo llegar a ser a veces (entendiendo por "a veces" la mayor parte del tiempo que estoy despierta). El mensaje repetía el subject y un poco más abajo se abrieron varias fotos de un tipo mega guapo vistiendo un bóxer entalladito que mostraba sin pudor un "paquete" muy bien dotado. Cuando me di cuenta de que se trataba de una cadena comencé a reír como degenerada, escondiendo tras la carcajada una mezcla incomprensible de decepción con alivio. Finalmente las cosas son como deben de ser y mi ego debe quedarse quieto, concentrado en el reflejo que le devolvió el espejo el sábado pasado cuando la modista me entregó el vestido strapless rojo que vestiré en la boda de mi hermano el próximo fin de semana. Tal vez Luis Javier ya no se acuerda de mí pero seguro que dentro de tres noches luciré espectacular, o por lo menos eso espero.

Rompiendo silencios y limpiando armarios

Hace un par de días me animé a romper dos silencios con la perfecta conciencia de que era muy probable que la respuesta fuera la misma materia que intentaba destruir. Finalmente sucedió. Dije hola dos veces y ni el eco me respondió. Entiendo que todo efecto tiene su causa y que si el primero fue el que me hayan ignorado, la segunda seguramente tiene su origen en alguna falla muy mía, seguramente hice o dije algo malo o simplemente ya no soy aceptada ni lo seré nunca más en espacios y corazones que alguna vez me quisieron. Imposible negar que duele, una más que la otra. Una porque ese corazón que me ha cerrado las puertas pertenece a alguien importante para mí y, sobre todo, porque no es la primera vez que sucede, así, sin previo aviso, sin decir agua va, sin el regalo de la verdad absoluta; toqué el timbre dos veces intentando por lo menos saber qué hice mal pero ni siquiera eso me fue concedido. La otra... esa duele menos porque sé que fui yo la que huyó primero dejando de lado las experiencias compartidas por años, los sueños comunes y las fantasías, así que siempre supe que mi regreso no sería causa de alegría ni mucho menos; sin embargo y de cualquier manera... lastima como un golpe que no porque sabes que viene duele menos.
Lo bueno del asunto es que finalmente he podido decir adiós, uno absoluto. He dado de baja suscripciones, correos, contactos de messenger y facebook, con la confianza de que no hay posibilidad de que esas personas vuelvan a mi vida. Romper los silencios me hizo comprender en dónde no hay espacio para mí y de alguna manera me siento liberada, como cuando hago limpieza de armarios y me deshago de lo que nunca más volveré a vestir.

domingo, 21 de febrero de 2010

Prueba no superada

Hace apenas unos días que terminé uno de los periodos más complicados que he tenido desde la segunda mitad del año pasado. Se supone que era un acto de caridad para alguien cercano y muy necesitado pero para mí significó: un castigo, una condena y una maldición.

Y es que en un mundo lleno de necesidades y de necesitados, es tan fácil decir: "Yo no puedo ayudar en este momento. Estoy lleno de necesidades, mejor que alguien venga y me ayude a mí".

¿Mezquino? Sí, seguramente lo es porque he visto a muchos que no tienen nada, salir a buscar y no para ellos sino para los que lo necesitan más.

Falle la prueba y me siento llena de vergüenza. Di mi ayuda sí, pero renegué a cada paso y todo el tiempo me sentí como Michael Corleone en The Godfather III cuando dice: "Just when I thought I was out... they pull me back in."

A veces pienso que la vida es una cadena eterna de pruebas que están predestinadas al fracaso, pero luego me pregunto si tendría algún sentido pasarla sin tener nada por mejorar o si todo fuera tan simple como subir o bajar un switch.

Lo que me queda de todo esto es que me hace mucha falta practicar el perdón y la caridad. Curiosamente ninguna de estas dos cosas estaban en mi lista de necesidades cuando me pidieron ayuda. Supongo que todo esto pasó para que me percatara de ello. ¡Vaya ironía! Quien no se merece nada por su corazón mezquino, al final hasta sale beneficiada.

Hoy lo único que le pido a Dios es que me ayude a procesar esos sentimientos que me impiden ver con claridad el verdadero objetivo dentro de la obra divina; que lo que pasa en la vida no es una condena aunque lo parezca, que todos tenemos nuestra dosis de lucha, de dolor y de necesidad y que la procesamos de muy variadas maneras.

Me esmeraré para revertir los efectos de este fracaso, se lo debo a mi padre eterno.

viernes, 12 de febrero de 2010

El poeta de Marina Nacional

Media tarde de un martes ajetreado; calor, tráfico, prisas. En el cruce de Marina Nacional y Circuito Interior me encuentro sus ojos claros, grandes, expresivos. Canto poemas por una moneda, me dice y empieza a recitar con aire de gran poeta, detrás del cubrebocas azul que combina con sus iris, algo que se parece más a un refrán, no de los trillados sino de los que la vida enseña a su paso lento y doloroso. ¿Cómo llegó a allí?, ¿qué hacía antes?, ¿qué miraron sus ojos en su lejana juventud?, ¿cuántos de sus poemas reciben monedas y cuántos muecas y vidrios cerrados?, ¿cuánto se debe pagar por sus versos? Tal vez veinte pesos no sean suficientes... seguramente no lo son pero supongo que significan un kilo de tortillas y un refresco, y supongo también que es mucho más de lo que está habituado a recibir.
Me siento miserable. Un poema no vale veinte pesos y lo sé; lo que no sé es qué otro precio pude haber pagado.