sábado, 30 de octubre de 2010

De Humanidades

Sin lugar a dudas, las bodas son de los eventos donde mejor se puede apreciar la vasta gama de peculiaridades que conforma nuestra humanidad. El ambiente festivo, la emotividad a la que nos conduce estar en la presencia del amor en una de sus más puras expresiones, en conjunto con cantidades industriales de alcohol corriendo por las venas, nos lleva irremediablemente a manifestar, con o sin intención, algunos de los más profundos sentimientos que guarda nuestra alma.
Hoy amanecí cruda pero no por el alcohol. Un par de semanas de mucha tensión que concluyeron en una noche de total vela tras asistir a dos bodas que coincidieron en día y hora, me dejaron en un estado extraño que se parece un poco a la cruda aunque pensándolo bien, creo que el término "indigestión del corazón" suena más apropiado.
Y es que es exactamente lo mismo que cuando te llenas la barriga de comida. Es probable que tengas tanta hambre (o antojo) que no distingues el momento en que ya has sobre pasado el límite con el que el cuerpo queda satisfecho.
Anoche por primera vez en mi vida estuve en presencia de los sentimientos más sinceros de un grupo de personas que yo siempre pensé que no los tenía porque no los conocía. ERROR... uno de los muchos que he cometido: asumir sin conocer.
Es que somos tan dados a esconder nuestra humanidad para que quienes nos rodean siempre vean la cara bonita de nuestra alma, que llega un punto del camino en el que los convencionalismos sociales te impiden mostrar quien realmente eres por temor a ser criticado, juzgado y condenado por todo aquello que no encaja con la manera de ser y de pensar de terceros.
Dicen que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, así que daré por sentado que esos que estaban más "alegres" expresaron en medio de su felicidad, su verdadero yo; cosa que vale la pena reconocer.
Cuando te acostumbras a recibir tan poquitas muestras de cariño de parte de un grupo de personas, llegas a pensar que de ese mismo tamaño es el afecto que les inspiras. Por eso cuando aquello se desborda un buen día, te cuesta trabajo asimilar la dimensión y profundidad con la que tu presencia ha marcado sus vidas.
Han habido cosas buenas y cosas que podríamos considerar no tan buenas o incluso malas, pero el día de hoy las acepto como parte de nuestra humanidad porque después de todo, mi familia es tan humana como todas las familias en el mundo.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Llueve


Llueve
aquí y allá
adentro y afuera
hasta en el último resquicio de patria
desde la frontera del muro
hasta la del río.
Llueve
no para
las nubes gordas de Figueroa
lloran
gimen
se duelen de dar sombra
a la tierra ensangrentada bajo ellas.
Llueve
en cada rostro de huérfano
en cada esposa convertida en viuda
en cada ojo de madre sola.
Llueve
sobre mojado
sobre la desesperanza
sobre el miedo.
Llueve
incertidumbre
tristeza
sueños rotos.
Llueve...

martes, 5 de octubre de 2010

Dejar ir

Muchas cosas me cuestan, pero creo que nada tanto como dejar ir. Dejar ir en general: lugares, momentos, personas, sensaciones, relaciones, recuerdos, etapas. Imagino mi interior como una bodega atiborrada, caótica, en la que hay de todo; con un apartado especial para los tesoros intocables, para las personas más amadas, para los recuerdos más queridos y, por lo mismo, para los dolores más intensos. Entiendo que no es sano ir por la vida con semejante cargamento, que debería soltar lo que no sirve para aligerarme el recorrido. Lo intento. En verdad que si, pero seguramente mis intentonas no son tan sinceras como para materializarse. A veces pienso que es cuestión de tiempo, basada en que ya me ha sucedido que cargamentos pesados y realmente dolorosos han dejado de serlo con el paso de los años; pero hay momentos en los que se hace realmente duro pensar en esa espera y conceptualizar la parte positiva de seguir mirando hacia ese adentro doloroso por años hasta que el hartazgo haga su trabajo. Mientras tanto ¿qué?, ¿cómo hago para dejar en el camino lo que no se ha jubilado?, ¿lo reciente?, ¿lo último? Pienso en la infancia de mis hijos que recién me abandona, en la lozanía que comienza a despedirse, en la juventud que se marcha con todo lo que no hice mientras estuvo conmigo, en los amigos queridos que se alejan sin decir una palabra dejando desolación donde antes hubo compañía. Contra algunos de esos males hay antídoto (ya empecé a tomar Imedeen jaja), pero para los de más adentro no lo hallo, no he podido dejar de extrañar, no he logrado asimilar las ausencias, sus causas y sus efectos.
Hace días que estoy tratando y sigo y seguiré. Seguro que en algún punto encontraré el interruptor que haga que la puerta se abra y comiencen uno a uno a quedarse en el camino los pesos muertos. Deseenme suerte :)

sábado, 2 de octubre de 2010

¡Feliz cumpleaños, Sting! III

Mi madre dice que soy malinchista porque mi músico favorito no es mexicano, porque me emociono más con una canción en inglés que con una en español. Le respondo siempre que creo que la música es universal, que me mueve más una rola (en el idioma que sea) que haya estado conmigo en los momentos importantes, duros o blandos, de mi vida, una que me haya arrancado una lágrima de felicidad o de tristeza, una que me tome de la mano para llevarme y traerme en el tiempo, una que me haga explotar el pecho y la entraña, una que me haga tener la honesta sensación de volar aunque en realidad sólo esté sentada tras un volante, un freno y un acelerador, una que signifique personas y lugares de mi vida y que me haga ser de nuevo esa yo cambiante a lo largo de mi propia existencia. Mi madre no lo entiende porque nunca ha sido fan de nadie, porque tristemente no encuentra en la música esos estímulos. Generalmente no explico más y me guardo maliciosamente la certeza de mi complicidad unilateral y eterna con mi músico favorito, y se quedan como un secreto en mi corazón los tantos y tantos y tantos momentos compartidos con su música.
Hoy es su cumpleaños, y por tercera vez escribo aquí sobre él lanzando un grito al viento cibernético que sé que jamás escuchará pero que siento la necesidad de liberar como agradecimiento a la compañía de su música y a todas esas emociones que me ha regalado a lo largo de mis años.
Una vez más: ¡Feliz cumpleaños, Sting!