lunes, 24 de enero de 2011

Mis huellas en la arena

Hace un par de semanas caí en la cuenta de que existo. Me explico: a lo largo de mi vida me ha resultado casi imposible comprender el papel que desempeño en el mundo de los que me rodean. Tengo claro lo que a mí toca, lo que percibo, lo que siento, lo que quiero y a quién lo aplico, pero no tengo mucha conciencia sobre aquello que tiene que ver con los demás y con la percepción que tienen de mí. Hace poco lo llamaba "síndrome de invisibilidad" (esta cosa extraña incluye la certeza de que la gente deja de recordarme cuando deja de mirarme) y se me estrelló en la cara una mañana en la arena de alguna playa de Los Cabos. Lo que más me gustó de esas playas fue su soledad, la falta de garnachas, vendimias de artesanía y ofertas de masajes con aceite de coco. Esa soledad me permitió observar mis huellas en la arena mientras descansaba sobre una saliente rocosa. El momento en que mi vista se posó en esa hilera de huecos que mis pies fueron dejando tras de sí fue revelador. Sólo eran mis huellas. Nada más. Nadie más. Era la prueba irrefutable de que existo, de que lo que hago, cualquier cosa, por insignificante que parezca, algo tan simple como caminar, cambia al mundo de alguna manera. Se me vino encima, entonces, una especie de pesada responsabilidad, y también me cayó en la cabeza la comprensión de cientos de situaciones en las que siempre me fue más cómodo aventar la culpa sobre alguien más.
Me avergüenza un poco reconocer este súbito conocimiento de mi misma a mis treinta-y-casi-cuarenta, sin embargo prefiero aplicar el eterno lugar común de más vale tarde que nunca. Entonces me llegan otras revelaciones. Entre ellas el significado de la madurez y la certeza de que, si es que no he llegado a ella, estoy más cerca que nunca; y también la sana diferenciación entre ésta y la vejez.
Lo mejor del asunto es que esta avalancha de súbitas "caídas de veinte" me ha puesto en una perspectiva en la que me siento mucho más optimista y positiva que nunca.

domingo, 16 de enero de 2011

El primer mes


Ayer se cumplió el primer mes de la partida de este mundo de mi madre y hoy puedo decir que lo más difícil ha quedado atrás.

Personalmente nunca experimenté en mi vida un golpe emocional y espiritual de esta magnitud y me siento muy afortunada porque he podido llegar a lo que tal vez sea la mitad de mi vida, sin vivir grandes tragedias.

Pareciera como que los dramas de generaciones atrás en mi familia, finalmente están quedando en el pasado como parte de una experiencia de la que se tiene que aprender algo, y luego seguir adelante. Seguramente los errores estarán ahí, pero definitivamente el efecto positivo de nuestras acciones tiende más a la dicha, que al llanto. ¡Algo para sentirse feliz!

Una amiga me llamó hace un par de semanas y me dijo: "Te oigo muy bien", y yo le respondí: "¡Me siento muy bien! Este es el primer día en el que me siento realmente bien desde la partida de mi mamá."

Hablar de la experiencia de la muerte en un familiar tan cercano como lo son: los padres, los hijos, el esposo (a) y/o los hermanos, es diferente para cada quien; incluso lo es para uno mismo cuando no lo has vivido y piensas en ello como una posibilidad. Sabes que es algo natural, que sucederá en un momento inesperado en algunos casos, pero con la certeza de que pasará (aunque en el corazón desees que algunas de esas partidas se den cuando ya te hayas marchado); pero el día que lo vives, lo que sientes no se parece a lo que imaginaste que sería.

Para mí fue como una especie de limbo. Muchas cosas suceden a tu alrededor pero nada parece tocarte realmente. Tus sentimientos están muy lejos de tu cuerpo, como si tuvieras un desprendimiento astral y tu cuerpo físico funcionara por instrumentos. Tal como dice mi filosofo de cabecera Roger Waters en su rola "Comfortably Numb": "Tus labios se mueven, pero no puedo escuchar lo que dices". Navegas en un mar de emociones ajenas, algunas tratan de confortarte porque seguramente lo estás pasando mal, otros tratan de alentarte asegurándote que tu mamá ahora está bien (como si no lo supieras), otros lloran, otros rezan y unos más sólo comentan sobre lo que recuerdan de ella o de la experiencia en circunstancias similares.

Y mientras todo eso sucede, hay cientos de pequeños detalles que tienes que resolver en ese instante: el arreglo floral para el féretro, lo que dirá la placa sobre la urna, el sacerdote que oficiará la misa de cuerpo presente, el coro que cantará la misa, los arreglos para el triduo y el novenario. Y nada de eso puede esperar a que salgas del limbo en el que has estado desde el momento en que tomaste la mano de tu mamá y ella no se movió, no abrió los ojos y no te habló.

Tuve mi dosis de llanto en varios puntos, especialmente durante los rosarios y cuando tuve que despedirme definitivamente de sus restos mortales.

Me pesó no haberme podido quedar con mi papá a velar aquella noche, pero mis hijos estaban en casa esperándome así que tuve que hacerme a la idea de que mi madre ya no estaba ahí y que yo sí tenía que estar en otro lado. ¡Limitaciones de nuestra humanidad!, todavía no podemos estar en más de un sitio al mismo tiempo.

En medio de esa especie de entumecimiento que viví, pude percibir el cariño y la preocupación de mucha gente a mi alrededor. La mayor parte de ellos mis amigos; el resto era mi familia y por ahí algunos amigos de mi papá y otros de mi mamá.

Atender a la familia que vino de otros puntos de la república también fue una preocupación, pero afortunadamente no estuve sola y atenderlos no fue realmente un problema como en principio pensé que sería. Tuvimos momentos muy lindos recordando lo que mi mamá representó en nuestras vidas, lo mucho que la extrañaremos y la forma en que viviremos de aquí en adelante.

Lo difícil, lo realmente difícil fue enfrentar el día a día sin mi mamá. Sí, soy una mujer adulta, con una familia propia y miles de ocupaciones pero aún así, el día a día no fue lo mismo sabiendo que ella se había ido de viaje y que esta vez no pasaría una temporada para que volviera a verla y a hablar con ella.

La Navidad fue agridulce. Por un lado lo pasé arropada por el cariño de mi familia extendida; tuve la oportunidad de compartir con todos mis cuñados y sobrinos que normalmente no me es posible ver, pero esa alegría se vio inevitablemente ensombrecida por mi pérdida.

Las Bodas de Oro de mis suegros unos días más tarde, fue también un momento complicado, sobre todo al pensar que para mis padres ya no llegará una experiencia de esa magnitud.

Volver a la casa de mi mamá también fue difícil. Estar entre sus cosas y tomar decisiones sobre el manejo de la casa donde ella fue la señora, me dejó por principio de cuentas una especie de hueco en el estómago y la sensación de que tal vez mis decisiones no sean lo que ella hubiera querido.

El fin de año no fue muy distinto a la Navidad. Me dio mucho gusto llegar con mi familia al fin de un ciclo más, pero no pude evitar sentir ese hueco en el estómago al saber que al día siguiente no podría ir a darle su abrazo de año nuevo a mi mamá.

Y luego llegamos al día en que empecé a sentirme bien. El día en que recé el primer rosario del novenario que nuestra familia ofreció por el descanso eterno de mi mamá.

Ese día fui capaz de guiarlo sin lágrimas, sin ahogamientos del alma, sin huecos en el estómago y con toda la fe en que mi mamá está bien, gozando de la felicidad que es eterna, viviendo donde los ladrones no pueden robar y la polilla no puede destruir, pero sobre todo no en la lejanía que te da la distancia física, sino en la alegría que te da el acercamiento espiritual, el que no tiene tiempo y que por lo tanto, nunca se agota.

Como lo comentaba con otra gran amiga que también pasó por esta experiencia, nunca dejas de extrañarlos, la vida nunca vuelve a ser la misma, pero de algún modo, encuentras que aunque el vacío físico puede ser grande, su amor por ti como su hija, siempre estará ahí para llenarlo, así que realmente no has perdido.

Y por nuestros hijos seguimos la vida con una sonrisa porque como lo dije en una entrada anterior: La vida sigue... y nosotros tenemos que seguir de la mejor manera posible.

Sé que en el futuro tendré momentos difíciles donde me haga falta mi madre, pero sé que Dios en su infinita sabiduría y misericordia sabrá tomar mi dolor y transformarlo en paz del corazón.

viernes, 7 de enero de 2011

Adiós a los Reyes Magos

Ni tiempo ni inspiración ni ganas ni necesidad. De repente me llegan esos períodos en los que todo parece condensarse en mi mollera y convertirla en un agujero negro del que ninguna letra es capaz de salir. Me ausenté por más de un mes y en ese tiempo pasaron muchas cosas. Sería complejo intentar comentarlas todas ahora mismo cuando la antimateria acaba de abandonar mis neuronas y finalmente estoy aquí dispuesta a delirar un rato, como siempre.
Se nos acabó un año y empezó otro. Ciclo natural. Antes de eso, la Navidad con sus prisas, sus reencuentros con los queridos lejanos, su agitada agenda social, su luz por el nacimiento de Aquél por quien la celebramos. Vacaciones. Descanso, aunque no propiamente en mi caso porque dí más vueltas que un mayate: DF-Tulancingo-León-Guadalajara-León-DF-Acapulco-DF, lo que no es una queja sino un simple recuento de mi ajetreado itinerario en el que el descanso físico no tuvo mucha cabida.
Ahora mismo se me acaba una semana/oasis en la que retomé a medias esa rutina de la que siempre me quejo pero a la que siempre extraño cuando me caen encima vacaciones largas; y justo a la mitad de ella, la noche de Reyes. Afortunadamente hice mis compras con suficiente anticipación y me evité las aglomeraciones que acaban con la paciencia del más santo de los santos, así que pude disfrutar de la que seguramente fue mi última noche como "Reyna Maga". Ana sabe perfectamente cómo funciona el asunto desde hace un par de años y Ger... contrario a lo que hubiera imaginado, este año aún creyó. Su carta sincera, su carita emocionada, los tres vasos de leche que dejó al pie del árbol junto con tres platos con galletas, lo delataron. Sigue creyendo en esa fantasía que nos sale por la puerta trasera mientras la adolescencia nos entra por la de enfrente. Sin embargo me queda claro que este fue, muy probablemente, el último año. Su propio desarrollo intelectual le irá haciendo descubrir que es imposible que haya tres personajes que recorran el mundo en una noche, entrando y saliendo de las casas, tomando leche y comiendo galletas sin reventar o de menos empacharse, y adivinando el deseo de cada niño sobre el planeta. Seguramente en el transcurso de este año entederá por qué las tiendas de autoservicio ponen ofertas de juguetes y carpas especiales en los estacionamientos antes del 6 de enero y misteriosamente las quitan después de tal fecha. La magia está a punto de ser reemplazada por la realidad y entonces reirá en más de una ocasión al entender por qué papá y mamá insistían tanto en que fuera a dormir temprano aunque no tuviera sueño, por qué a veces le dejaron cosas que olvidó pedir en la carta pero que deseaba de verdad, por qué cuando Santa "se rayaba" con un regalo caro los Reyes dejaban algo más sencillo y viceversa.
El caso es que sé que esa etapa ha terminado, en la vida de mis hijos y en la mía propia. La noche del 5 de enero comí galletas y tomé leche al pie del árbol disfrutando ese momento que jamás volverá. Mientras lo hacía me cayó el veinte de que estoy en una etapa en la que es común que esos adioses sucedan y de que si no adopto la perspectiva correcta puedo convertirme en un asqueroso vinagrillo. Un rotundo ¡NO! se me atravezó en la garganta. Etapas van y vienen siempre, y si el próximo año ya no haré de rey mago seguramente haré de algo distinto que seguirá siendo importante, para mi familia y para mí misma. Viví ahí mismo mi duelo por lo que se iba y di la bienvenida a lo que llega, a la madre de dos adolescentes con toooodo lo que eso pueda implicar.
Ayer jugamos Rock Band y nos divertimos como enanos, partimos la rosca y tomamos chocolate caliente. Seguimos siendo una familia unida, una muy linda por cierto.