Muchas cosas me cuestan, pero creo que nada tanto como dejar ir. Dejar ir en general: lugares, momentos, personas, sensaciones, relaciones, recuerdos, etapas. Imagino mi interior como una bodega atiborrada, caótica, en la que hay de todo; con un apartado especial para los tesoros intocables, para las personas más amadas, para los recuerdos más queridos y, por lo mismo, para los dolores más intensos. Entiendo que no es sano ir por la vida con semejante cargamento, que debería soltar lo que no sirve para aligerarme el recorrido. Lo intento. En verdad que si, pero seguramente mis intentonas no son tan sinceras como para materializarse. A veces pienso que es cuestión de tiempo, basada en que ya me ha sucedido que cargamentos pesados y realmente dolorosos han dejado de serlo con el paso de los años; pero hay momentos en los que se hace realmente duro pensar en esa espera y conceptualizar la parte positiva de seguir mirando hacia ese adentro doloroso por años hasta que el hartazgo haga su trabajo. Mientras tanto ¿qué?, ¿cómo hago para dejar en el camino lo que no se ha jubilado?, ¿lo reciente?, ¿lo último? Pienso en la infancia de mis hijos que recién me abandona, en la lozanía que comienza a despedirse, en la juventud que se marcha con todo lo que no hice mientras estuvo conmigo, en los amigos queridos que se alejan sin decir una palabra dejando desolación donde antes hubo compañía. Contra algunos de esos males hay antídoto (ya empecé a tomar Imedeen jaja), pero para los de más adentro no lo hallo, no he podido dejar de extrañar, no he logrado asimilar las ausencias, sus causas y sus efectos.
Hace días que estoy tratando y sigo y seguiré. Seguro que en algún punto encontraré el interruptor que haga que la puerta se abra y comiencen uno a uno a quedarse en el camino los pesos muertos. Deseenme suerte :)
No hay comentarios:
Publicar un comentario