miércoles, 30 de septiembre de 2009

Después de la tormenta

Pasado el bajón de las últimas semanas en mi estado emocional e inmersa en el intento de mantenerme fuera del alcance de la depre, quiero escribir sobre algo positivo.
Escribir... creo que escribir es un término que uso cuando me refiero a plasmar en letras algo que contenga sustancia, tal vez por eso me cuesta tanto. Escribir es mucho más que teclear o que dibujar garabatos en un papel en blanco. No sé si escribiré esta entrada o sólo la garabatearé. Ya lo veremos al final.
He leído a muchos autores a lo largo de mi vida. Algunos me han dejado huella, otros, escuela y varios más han pasado de largo sin pena ni gloria. Creo que los que escriben en serio son los que te tocan el corazón y hacen que la vida del lector cobre un sentido nuevo, aunque sea en un aspecto ínfimo. Sin duda Mario Benedetti se lleva el puesto de honor en mi cuadro de preferencias. Él ha llenado todos los espacios en la requisición que me hago sin conciencia cuando abro un libro (sea de prosa o de poesía): ha dejado en mí una huella profunda, me ha sembrado el amor por la literatura hispanoamericana, me ha enseñado que las palabras son poderosas, demoledoras, capaces de generar cualquier emoción en quien las lee; Benedetti ha sido mi maestro, claro, clandestinamente y en el grado de Maternal I en el que me encuentro. Isabel Allende viene después, con su claridad y ese toque de realismo mágico que no empalaga, que se muestra sólo en destellos regados aquí y allá en sus novelas. Claro que la chilena es menos política y sus novelas adoptan un estilo mucho más clásico que las del uruguayo, pero encuentro en ella cierta exquisitez, una sutileza bárbara para llevarte de una escena a otra sin que apenas lo notes. Pretendo comenzar a leer Paula en un par de semanas. Ernest Heminway, no sé si por mi fijación sobre la superioridad de una obra leída en el idioma en que fue concebida, pero en ninguno de los dos libros que le he leído me ha dejado mayor cosa.
En fin. Hora de ir a comer. Sé que es una entrada medio loca, pero necesito sentir que la tormenta emocional pasó y que puedo escribir sobre algo diferente a mis sentimientos. Me encuentro en una fase de desprendimiento de lo negativo y en un intento por abrazar lo que me pueda llevar hacia esa paz que tanta falta me hace. Mañana escribiré sobre Scarlett O'Hara y Rhett Buttler. Esto leyendo Lo que el viento se llevó, y esos dos personajes me tienen fascinada.

martes, 22 de septiembre de 2009

Tonto corazón

Siempre lo hemos sabido, ¿verdad? Eres tonto. No te lo digo a manera de ofensa, créeme, sino porque en verdad creo que lo eres y porque los años que llevamos juntos (con todas las idas y venidas que hemos compartido) me lo confirman.
Está bien, está bien... si no eres tonto, tampoco podemos decir que eres inteligente; eso sí que jamás lo has sido (me pregunto si algún día aprenderás a serlo aunque sea un poquito), y ¿sabes qué es lo que más me preocupa?, que creo que con cada día que pasa te alejas más de la sabiduría que, se supone, deberías haber acumulado a estas alturas de la vida. A pesar de ello te veo un buen futuro, en verdad; no pongas esa cara, no estoy siendo incoherente, es sólo que necesito creer en ti, porque al final del día y del camino seremos tú y yo y nadie más, y porque lo que te duele me duele en mucho mayor medida.
¿Te acuerdas de la canción que te compuso Benny hace tiempo? Bueno, si, esa que siempre he sentido como si la hubiera escrito pensando en ti. Esa misma. Ayer la escuché de nuevo y ¿qué crees? Efectivamente, nunca como ayer te acomodó tanto. Ok, ok, a los dos. Ya no refunfuñes y escucha...

lunes, 21 de septiembre de 2009

A medio vivir

Tiempo y distancia y mar y lluvia y noches estrelladas y silencio... elementos suficientes para que la calma vuelva, para que la perspectiva sea la correcta, la del pensamiento coherente y no la de la víscera vulgar.
A los treinta y tantos la vida está, teóricamente, a la mitad; se han tomado decisiones que implican cientos de renuncias a cambio de decenas de compensaciones. Hasta aquí hay cierto equilibrio. El problema surge cuando las primeras son mucho mayores cuantitativa y cualitativamente que las segundas, o por lo menos cuando se nos nubla la mente y así lo creemos.
A los treinta y tantos generalmente se es madre, se llevan varios años de matrimonio, se empieza a escapar la lozanía, la gravedad empieza a dejar su huella en más de dos partes del cuerpo y te empieza a caer encima la certeza de que hay cosas que ya nunca más sentirás o harás o te harán o dirás o te dirán o sentirás o te harán o harás sentir. Ver hacia adelante es imprescindible, hacer las renuncias necesarias para la paz mental, pero que al mismo tiempo te van matando sueños e ilusiones, es de lo más complicado que existe.
A los treinta y tantos y a medio vivir (que no es lo mismo que vivir a medias o medio vivir) te enfrentas a la certeza de que mucho de lo que no hiciste no será hecho jamás y a que cada vez te queda menos tiempo para alcanzar los anhelos y volverlos realidad.
Hace algunos días tomé conciencia de que nunca más habrá una mariposilla en mi estómago y que nunca más existirá una primera vez en mi cuerpo o en mis manos, que los sabores conocidos serán los únicos hasta el último aliento, que las renuncias están hechas y no hay posibilidad de que sea de otra manera. No me hizo gracia. En realidad lloré y me desesperé. Después me fui a la playa y tuve oportunidad de pensar.
Hoy veo las cosas con mayor optimismo, no sé cuanto durará; conociéndome, puede que muy poco, pero mientras tanto, trato, intento.

lunes, 14 de septiembre de 2009

De tiempo, miedos y mal de amores

El tiempo no para, no muestra misericordia, no es sensible a los estragos que causa ni se envanece de las cosas positivas que provoca. El tiempo nos engaña, corre más rápido de lo que parece, nos traiciona, hace que los miedos se nos cumplan aunque parezca que aún no es el momento adecuado para ello. Cuando eres madre te invaden muchos miedos. El tiempo me hizo realidad, el viernes pasado, uno de los más complejos: Ana tuvo su primer desencanto amoroso, lloró por amor en mis brazos. No puedo decir la cantidad de sentimientos que se me agolparon en las entrañas, de todos tipos y tamaños. ¡Cuánto tiempo temí ese momento! ¡Cuántas veces rogué al tiempo que no se adelantara, que la dejara crecer un poco más antes de enfrentarla a lo inevitable! ¡Qué poco tiempo pasó entre mi primer dolor y el suyo! Veinte años apenas. Pareciera poco y, sin embargo, no lo es, y no sólo no es poco: es nada, porque la actualidad de mis sentimientos hace que el tiempo regrese y entonces soy una madre que intenta curar a su hija de lo mismo que ella padece de algún modo y en algún lugar escondido del corazón. Veinte años no son nada, son minutos, segundos en los que voy de su rostro al mío y los miro mojados; son la misma recámara, antes azul, hoy verde; es el mismo dolor aunque el mío era solitario y hoy le hace compañía al de ella para que no se sienta igual que su madre veinte años (o algunos minutos) atrás.
Ana apenas comienza el camino del amor y sus dolores. Me aterra que sea como yo, pero ¿cómo hago para que no?, ¿cómo le enseño lo que nunca supe, lo que, aún hoy siendo adulta, no soy capaz de interiorizar?, ¿cómo le muestro el camino de la fortaleza y la dignidad cuando nunca he sido capaz de ellas?
Le pido tiempo al tiempo, le ruego muerte al miedo, fuerza al dolor para vencerlo, compañía a la madurez, disciplina a las lealtades. Lo pido para Ana y para mí por igual.

¿Para qué soy buena?


¡Excelente nueva la de hoy! Finalmente he descubierto algo para lo que soy realmente buena, tal vez la mejor del país, o quién sabe si no hasta del mundo.

¡Caray! Durante años busqué sin éxito la respuesta a esa pregunta que me ha rondado el pensamiento sin descanso: ¿hay algo en lo que pueda ser la mejor?; durante años y años la tuve frente a mis ojos y no fui capaz de verla. ¿Tonta? ¿Ciega? ¿Las dos cosas? ¿Ninguna de las anteriores? Creo que todas juntas.

Hoy fui capaz de entender esa verdad, de olerla, de verla, de tragármela y sentir cómo se convertía de nuevo en un vacío a mitad del pecho que empieza pequeño como una nuez pero que de a poco va creciendo hasta llegar a ser un "todo" negro que tiene en mis ojos el efecto de un picar perpetuo de cebollas y que rodea mi corazón, lo aprieta como una garra inmisericorde y lo exprime hasta volverlo adolescente de nuevo con todas las penurias que en mí, eso conlleva.

Hoy descubrí que soy buena para tropezar una y mil veces con la misma piedra. Hoy descubrí que soy buena para llorar eternamente por la misma estupidez aunque la pinte de colores distintos cada día. Hoy descubrí que soy el eterno patiño en la tragicomedia de este lado de mi vida. Sí. Soy muy buena para mirar de lejos, para llorar en silencio, para pasar desapercibida con todo y mis sentimientos. Soy una extraordinaria constructora de castillos de aire y papel, una laureada arquitecta de pendejadas monumentales.

Finalmente he comprendido: soy buena, muy buena para algo... aunque sea para toda esta mierda.

martes, 8 de septiembre de 2009

La semilla que germinó

Erase una vez un hombre y una mujer que un día se unieron con el propósito de cultivar un jardín.

Sembraron su primera semilla y le dieron los cuidados que toda semilla recién sembrada debe recibir.

Sin embargo, y a pesar de los cuidados de esta pareja, la semilla que con tanta ilusión sembraron se vio afectada por la adversidad del clima y en más de una ocasión estuvo a punto de perecer en medio de torrentes de agua implacables y vientos arrebatados.

Algún tiempo después la semilla germinó, pero lo hizo antes del tiempo idóneo para que su pequeña planta tuviera las mejores condiciones para vivir en su nuevo ambiente así que fue necesario, que además de la pareja que la cuidaba, intervinieran en la conservación de la pequeña plantita, un equipo de jardineros experimentados en la materia y quienes a lo largo de su vida, habían ayudado a muchas otras plantitas en condiciones similares a esta que es la estrella de esta historia.

Así, con el favor de Dios y un poco de ayuda de todos a su alrededor, la plantita logró ver las primeras luces del día y recibió las primeras caricias del sol.

A pesar de que todo parecía estar bien, sus jardineros tuvieron una nueva preocupación pues el invierno estaba cada vez más cerca, amenazando de nueva cuenta la existencia de la pequeña. Sin duda necesitaría de muchos cuidados para poder sobrevivir a la amenaza que se avecinaba.

La pareja se convirtió en invernadero y le dieron a su plantita todo el calor y el cuidado que necesitó hasta el día que pudieron soltarla al aire libre para verla crecer bajo los rayos del sol y el baño del rocío.

Hoy, esa plantita se ha convertido en un arbolito que tiene diez años de haber germinado de la semilla que con tanto amor, la pareja sembró. Le falta todavía mucho por crecer antes de convertirse en árbol que de frutos, pero la pareja que un día lo sembró, está segura de que con el paso del tiempo, se convertirá en refugio de pajarillos y ardillas y que bajo su sombra crecerán las semillas que de sus frutos salgan con el propósito de ver todos los días un nuevo amanecer.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Una vez más, por los enfermos

Ayer nos despertó el repicar del teléfono con una mala noticia: un amigo nuestro necesitaba donadores de sangre. Mi marido no hizo preguntas, simplemente se vistió y se fue al hospital.

Al principio pensé que mi amigo había tenido algún accidente o que tal vez ya lo habían programado para alguna cirugía en donde le faltaron donadores de sangre pero no fue así, fue víctima de un derrame cerebral.

Cuando escuché el diagnóstico y lo desalentador de sus expectativas de vida, me sentí devastada.

Un hombre joven (40) al borde de la muerte, una esposa haciendo equilibrio entre la línea que la separa de la viudez y, claro está, sus hijos que pueden quedarse en la horfandad paterna.

Miré al cielo y me puse en el lugar de mi amiga... "Moriré de dolor si él me falta" me dije y llamé a mis hijos para ponernos a rezar.

La muerte es un acto natural e inevitable. Todos habremos de morir y en la mayoría de los casos, no sabremos si lo haremos de un momento a otro o si lo haremos en medio de la vejez, pero por alguna extraña razón nunca estamos preparados para su llegada. Pensar en nuestra muerte nos lleva a una lista interminable de razones por las que no sería conveniente morir: ¿quién cuidará de nuestros hijos mejor que nosotros?, ¿cómo se sostendrá mi familia si yo falto?, ¿qué será de mis viejos si me ven morir?, ¿qué será de todo aquello que soñé llevar a cabo y que por angas o mangas, no hice?

La verdad de las cosas es que no somos impresindibles y que tras nuestra desaparición, el mundo seguirá su curso, tal como ha seguido hasta el día de hoy así que no vale la pena que me agobie por todo eso que ya estará fuera del alcance de mis manos.

Sin duda estoy agobiada porque sé que este es un momento muy difícil para mis amigos, pero también sé que la voluntad de Dios siempre es buena y que en medio del dolor, hay cientos de bondades como el consuelo y el amor.

Hoy fui testigo del amor de tantos y tantos amigos que fueron a dejar una palabra de consuelo, su apoyo y por supuesto su oración y me sentí tranquila porque sé que si yo llegara a estar en ese lugar, sin duda no estaría sola, como mi amiga no está sola.

No sé qué va a pasar, pero tengo fe en que pasará lo que sea mejor para todos y por eso le doy gracias a Dios.

Lo único sensato que nos queda por hacer, es orar para que esa voluntad de Dios se haga realidad entre nosotros.

Por favor, eleven una oración por todos aquellos que están en medio del dolor de la enfermedad.

¡Gracias!

viernes, 4 de septiembre de 2009

Entre Yomara, María Asunción, Siliva y yo

Hace poco leía en Facebook el estatus de Yomara, una mujer de mi edad, ama de casa, recién separada por decisión propia (y sin que nadie más que ella comprenda el motivo ya que su familia era ejemplo de felicidad y bienestar), en donde expresaba el estrés "insoportable" que le generaba el preparar una fiesta de cumpleaños para uno de sus hijos. Mi primera reacción fue de desprecio, ¿cómo puede nadie morirse de estrés por preparar un festejo infantil? ¡Vamos! Ya quisiera yo que algo tan simple como eso fuera el origen de las presiones que me agobian. Después reflexioné y me imaginé que María Asunción Aramburuzabala pensaría lo mismo si tuviera acceso a mi problemática diaria. Sonreí sintiéndome tan estúpida como consideré a Yomara momentos antes.
Y es que es tan fácil sentir que te ahogas en medio de las cosas que no van bien, de las malas noticias, de la falta de lana, del exceso de trabajo, de la falta de inspiración, de la ausencia lascerante de sexo, de las broncas diarias con la hija puberta, del corazón roto y vuelto a romper, de la muerte de algunas ilusiones, de la "culpa" del "sufrimiento" del tío Rubén, de la dolorosa sensación de aislamiento y falta de confianza que percibe la madre, de la responsabilidad de la armonía de la familia de origen y anexos (léase tíos, primos, sobrinos, etc.), de la frustración diaria ante la falta de resultados a pesar de que el trabajo es intenso y desgastante, del peso absoluto de la sustentabilidad de tantas familias sobre los hombros, de la resignación que a veces no llega o no quiere quedarse, de la incertidumbre sobre la renta de la casa, de la cancelación de planes y anhelos, de las procupaciones diarias sobre las broncas operativas de la empresa, de la lucha incesante y casi siempre perdida contra el tabaco.
Sin embargo, aún en medio de esta letanía que puede parecer abrumadora, reconozco que hay personas que darían la vida porque mi cruz fuera la suya en lugar de un hijo enfermo o secuestrado o muerto (pienso en Silvia Escalera y entiendo que no tengo derecho a quejarme), en lugar de la ausencia absoluta de alimento o medicinas para una madre o un padre, en vez de soportar extorción e incertidumbre cada día de la vida.
Sí, en el fondo sería la Yomara de mucha gente, así que retiro lo dicho y le concedo el pleno derecho de sentir la muerte por estrés a causa de una fiesta infantil, y sigo trabajando en aceptar mi día a día con todos sus contenidos auque a veces sienta que no soportaré uno más.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Puede que... II

Una acepción diferente del "Puede que..." que me persigue en cada respiro:



Por un beso robado a pesar de tu boca
colgaría mi vida de un hilo
por mi muerte no quiero otra cosa...

martes, 1 de septiembre de 2009

Puede que

Puede que llegue o que no, que al final decida, en el umbral, que no es esta casa la que desea visitar para quedarse un tiempo y apiadarse de su habitante solitaria.
Puede que una vez dentro cambie de opinión al ver la austeridad del contenido y su dignidad decida que no, que no soportaría estar rodeada de semejante pobreza.
Pero también puede que se pueda, que encuentre detalles, destellos, alguna mota de color fantástico, algo que le haga pensar que si se ordena y limpia un poco, ese espacio puede generar belleza; tal vez no ahora, tal vez ni siquiera mañana, pero sí algún día en el futuro.