Ni tiempo ni inspiración ni ganas ni necesidad. De repente me llegan esos períodos en los que todo parece condensarse en mi mollera y convertirla en un agujero negro del que ninguna letra es capaz de salir. Me ausenté por más de un mes y en ese tiempo pasaron muchas cosas. Sería complejo intentar comentarlas todas ahora mismo cuando la antimateria acaba de abandonar mis neuronas y finalmente estoy aquí dispuesta a delirar un rato, como siempre.
Se nos acabó un año y empezó otro. Ciclo natural. Antes de eso, la Navidad con sus prisas, sus reencuentros con los queridos lejanos, su agitada agenda social, su luz por el nacimiento de Aquél por quien la celebramos. Vacaciones. Descanso, aunque no propiamente en mi caso porque dí más vueltas que un mayate: DF-Tulancingo-León-Guadalajara-León-DF-Acapulco-DF, lo que no es una queja sino un simple recuento de mi ajetreado itinerario en el que el descanso físico no tuvo mucha cabida.
Ahora mismo se me acaba una semana/oasis en la que retomé a medias esa rutina de la que siempre me quejo pero a la que siempre extraño cuando me caen encima vacaciones largas; y justo a la mitad de ella, la noche de Reyes. Afortunadamente hice mis compras con suficiente anticipación y me evité las aglomeraciones que acaban con la paciencia del más santo de los santos, así que pude disfrutar de la que seguramente fue mi última noche como "Reyna Maga". Ana sabe perfectamente cómo funciona el asunto desde hace un par de años y Ger... contrario a lo que hubiera imaginado, este año aún creyó. Su carta sincera, su carita emocionada, los tres vasos de leche que dejó al pie del árbol junto con tres platos con galletas, lo delataron. Sigue creyendo en esa fantasía que nos sale por la puerta trasera mientras la adolescencia nos entra por la de enfrente. Sin embargo me queda claro que este fue, muy probablemente, el último año. Su propio desarrollo intelectual le irá haciendo descubrir que es imposible que haya tres personajes que recorran el mundo en una noche, entrando y saliendo de las casas, tomando leche y comiendo galletas sin reventar o de menos empacharse, y adivinando el deseo de cada niño sobre el planeta. Seguramente en el transcurso de este año entederá por qué las tiendas de autoservicio ponen ofertas de juguetes y carpas especiales en los estacionamientos antes del 6 de enero y misteriosamente las quitan después de tal fecha. La magia está a punto de ser reemplazada por la realidad y entonces reirá en más de una ocasión al entender por qué papá y mamá insistían tanto en que fuera a dormir temprano aunque no tuviera sueño, por qué a veces le dejaron cosas que olvidó pedir en la carta pero que deseaba de verdad, por qué cuando Santa "se rayaba" con un regalo caro los Reyes dejaban algo más sencillo y viceversa.
El caso es que sé que esa etapa ha terminado, en la vida de mis hijos y en la mía propia. La noche del 5 de enero comí galletas y tomé leche al pie del árbol disfrutando ese momento que jamás volverá. Mientras lo hacía me cayó el veinte de que estoy en una etapa en la que es común que esos adioses sucedan y de que si no adopto la perspectiva correcta puedo convertirme en un asqueroso vinagrillo. Un rotundo ¡NO! se me atravezó en la garganta. Etapas van y vienen siempre, y si el próximo año ya no haré de rey mago seguramente haré de algo distinto que seguirá siendo importante, para mi familia y para mí misma. Viví ahí mismo mi duelo por lo que se iba y di la bienvenida a lo que llega, a la madre de dos adolescentes con toooodo lo que eso pueda implicar.
Ayer jugamos Rock Band y nos divertimos como enanos, partimos la rosca y tomamos chocolate caliente. Seguimos siendo una familia unida, una muy linda por cierto.
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