martes, 7 de febrero de 2012

Para bien o para mal

Cuánto sufrimiento nos ahorraríamos si naciéramos sabiendo que cada persona es la única responsable de sí misma, si dejáramos de pretender saber lo que conviene al otro, lo que necesita, lo que es "mejor para él". Sin embargo no es así. La vida es la que te va enseñando, la que te va acomodando las ideas por el camino mediante métodos poco ortodoxos y, a veces, hasta salvajes. Aun así, la mayoría nos resistimos. Algunos vamos comprendiendo, otros no lo logran jamás y se mueren con la suya. No es sencillo. Me ha tomado casi cuarenta años entenderlo, pero, para variar, mis hijos entraron al quite y en plena adolescencia me enseñan minuto a minuto que no puedo ser la dueña de sus ideas y sueños y temores y metas, que tengo la obligación de respetarlos, de aceptarlos con el paquete completo y complejo que traen dentro, de guardar para mí misma lo que creo que es "lo mejor para alguien". Y es que hay tantas concepciones de "mejor" como personas en el planeta. ¿Cómo podríamos ser el oráculo que otorga sabiduría infinita y, con justicica salomónica, muestra a cada quien ese camino que "se debe seguir"? Imposible. Así que, con todo el trabajo que trae consigo esa decisión de respetar conductas o decisiones que no entiendo ni comparto, hoy asumo mi papel de espectadora, me bajo del púlpito y de la palestra, dejo de ser juez y me vuelvo parte. Porque cada uno de nosotros tiene la obligación de asumir su propia vida, para bien o para mal.

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