Me miras de frente, desde tu camisa roja, con tus ojos de niño que esconden los del hombre desalmado que el tiempo me enseñaría, eres en realidad; me hablas, sonríes, miro las arruguitas que se forman al rededor de tus ojos (esas que tanto me gustaron siempre). Mi corazón presiente su propia explosión si continúa latiendo a esa velocidad pero no sabe cómo revertir el efecto que causas en él. Finalmente sucede, me besas, y el vientre me explota junto con mis arterias y mis neuronas y mi entrepierna. Intensidad roja. Orgasmo inevitable.
Suena el despertador y todo se vuelve blanco. Hace decenas de meses que no soñaba contigo. ¿Por qué volviste?
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