Empecemos con un dicho popular: "Nunca es tarde".
Vaya, parece que no empiezo con el pie derecho en mi intento de rescatar de la muerte mi músculo de la capacidad creativa, escribiendo por lo menos una cosa al día. Un dicho popular jamás sería un buen comienzo salvo que estés tan desesperado por contar lo que hay dentro que decidas exponer, en su más resumida expresión, tus intentos por sacar a tu matrimonio del maldito limbo en el que lleva metido los últimos seis meses.
Nunca es tarde para volver a intentar, para retomar las promesas y los compromisos.
Nunca es tarde para mirarle de nuevo a los ojos, con luna llena o sin ella (al fin que a él le importa un carajo la luna), ni para redescubrir todas sus cualidades.
Nunca es tarde para la seducción (me cae que trato de hacer que no lo sea antes de que la gravedad termine con lo que lamentablemente ha iniciado hace un par de años sobre mi cuerpo y sus "encantos").
Nunca es tarde para volver al origen (tal vez acomode una vieja caja de cartón a la mitad de la sala y compre un par de hamburguesas de McDonalds para comerlas sobre ella, como cuando llegamos por primera vez a nuestro nuevo hogar tras la luna de miel y no teníamos nada más que un refri, un micro pequeñito y un colchón sin base ni colcha).
Nunca es tarde para descubrir, después de una larga plática de días de duración con una gran amiga, que a pesar de todo lo que parezca estar funcionando mal, a pesar de las telarañas, las idas y las vueltas mías y de otros, a pesar de los sueños húmedos con luisjavieres enfundados en camisas rojas estilo Raoul Bova, de las decisiones mal tomadas y los acuerdos rotos, a pesar de todo eso y de lo que no me atrevo a teclear ahora mismo, a pesar de los pesares... sigo siendo una mujer enamorada y comprometida con el hombre que escogió para compañero de vida.
Simple, ¿verdad?
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