Leipzig, Alemania. Veinticuatro de junio de dos mil seis. Octavos de final de la copa del mundo. México realiza un juego casi perfecto contra Argentina. Maradona sufre como condenado a muerte desde su palco, se come las uñas, se mesa los cabellos, implora a los cielos que el dominio y la brillantez del juego mexicano no rindan frutos, que no rompan en favor azteca el empate que pende de un hilo. El casi fue un golazo inspiración de Maxi Rodríguez, el casi volvió a ser verde y volvió a caer sobre nosotros en forma de la eterna lápida que termina por aplastar nuestros sueños futboleros... casi siempre... más siempre que casi. La miel se nos cayó de los labios cuando estábamos a punto de saborearla, su lugar lo ocupó la hiel de la derrota, la impotencia de no tener argumentos para taparle la boca a los que se proclaman superiores entre burlas y cantos ofensivos, el dolor del ya merito, del jugamos como nunca y perdimos como siempre. La eterna pregunta flotaba en el aire: ¿qué demonios nos falta para dar ese último paso hacia la victoria?, mientras los más llorones buscábamos algún rincón para limpiar las inevitables lágrimas de frustración.
Johanesburgo, Sudáfrica. Veintisiete de junio de dos mil diez. Octavos de final de la copa del mundo. México debe realizar un juego perfecto, esta vez sin el casi, ante una de las mejores Argentinas de todos los tiempos. La lógica indica que no tenemos oportunidad. En la comparación hombre por hombre salimos perdiendo. En los registros históricos, también. Los sudamericanos proclaman la victoria por adelantado, seguros de su superioridad, ufanos, sobrados. Nosotros sucumbimos ante nuestros fantasmas, ante la aplastante realidad de nuestra historia. Nos duele el anhelo y al mismo tiempo pensamos que podemos alcanzarlo, sólo para instantes después reirnos de nosotros mismos ante tal atrevimiento. Algunos son más optimistas y se atreven a mantener el sueño de la victoria y a hacerlo público, la mayoría somos más precavidos, soñamos en silencio y con cierta precaución (ya hemos sufrido tantas decepciones) pero no dejamos de hacerlo, no dejamos de desear que esta vez el destino le dé a cada uno lo que necesita con desesperación: a ellos un baño de humildad, a nosotros, uno de gloria.
La mesa está puesta para la revancha. Lo más difícil ya ha ocurrido, el destino nos pone cara a cara de nuevo en la misma instancia que hace cuatro años, con el mismo rival. Estamos ante una situación inmejorable para romper con nuestros miedos, para construirnos de nuevo, para comenzar a cantar victorias en lugar de derrotas.
¡VAMOS, MEXICOOOOOOOOOOOOOOOOO!
No hay comentarios:
Publicar un comentario