jueves, 24 de febrero de 2011

Del amor al prójimo

Esta entrada era para el 14 de febrero, pero la vida no me dio el tiempo suficiente para sentarme a escribirla.

Pero bueno, el mes del amor no ha terminado aún, así que estoy a tiempo.

Una constante en los años de mi infancia fue: "Los hijos únicos son por definición egoístas porque todo se les da y nada comparten"

No fue difícil para mí creerlo. En verdad todo se me daba y no me gustaba compartir porque notaba que la gente no tenía el mismo cuidado que yo le ponía a mis cosas.

A los once años me "enamoré" de un chico y a los trece me "enamoré" de otro. El problema fue que el primero se enamoró de una de mis mejores amigas y el segundo le gustaba a otra amiga así que nunca me animé a tener algo con él por no traicionar una amistad. O a la mera a él no le gustaba tanto en realidad y por eso tampoco hizo nada por conseguirme.

A los dieciséis me volví a enamorar y el sentimiento me duró varios años. Fue una época muy feliz que pensé me duraría toda la vida.

No sé exactamente en qué punto se me terminó el amor. Estaba dispuesta a casarme con él por una serie de razones que por ahora no vienen al caso mencionar, pero me quedaba claro que aquello ya no era amor y me pregunté si algún día realmente lo fue.

Hace doce años que me volví a enamorar y hoy con gran alegría puedo decir que me siento mucho más feliz y plena que cuando el sentimiento me envolvió por primera vez en aquel entonces. Ya las mariposas en el estómago no son la constante, pero tampoco lo es el agobio que te cubre gracias a la rutina. Hoy estoy segura de que amo y amo de verdad.

Y es que amar en realidad no cuesta trabajo. El amor representa un reto cuando anteponemos nuestra comodidad (porque ni siquiera podemos llamarlo bienestar), por encima de los demás y su bienestar.

La parte que todavía me cuesta es aquella de amar a los enemigos; o al menos eso creo.

Ayer pasé una tarde increíble en compañía de mi maestro, y entre muchas otras cosas discutimos respecto al amor al prójmo. Yo le comentaba que me sentía fatal con Dios porque me había mandado amar a mis hermanos (incluyendo a los que me persiguen y me odian) y la verdad es que yo les pago con la misma moneda.

Bueno, tal vez llamar a esa gente "enemigos", es un término dramático que no va con mi realidad, pero para efectos de distinguirlos de los amigos, los llamaré de esa manera.

Y he pensado mucho en lo que significa realmente amar al prójimo y llegué a la conclusión de que amarlos significa desearles el bien y yo se los deseo aunque me caigan gordos.

Puede ser que alguien me caiga muy mal, puede ser que no lo soporte o puede ser que me haya lastimado profundamente, pero a pesar de todo, en ningún momento le deseo un mal y eso es verdadero amor.

Y es que en mi mundo el amor estaba representado en gran medida por la cantidad de cosas que haces para beneficio de los demás y yo siempre he sentido que hago demasiado por algunos que ni se molestan en hacer algo con eso que les doy, y no hago nada o casi nada por aquellos que sí merecieran toda mi atención. Como no hago nada por los que me caen gordos, seguramente es que no los amo como Dios me mandó que los amara.

Esa misma forma de ver el mundo me hizo preguntarme por qué recibo tan poquito de los que más les he dado, y por qué recibo tanto de los que les he dado tan poquito. Como que no hay mucho balance en este mundo ¿no? Yo creería que la justicia estaría en no recibir nada de mis enemigos y mucho de mis amigos y no siempre es así. ¿Por qué habría de serlo si yo tampoco soy pareja con mis amigos?

La razón es que el amor no tiene medidas de cambio. Puedes demostrarlo con hechos, pero éstos jamás estarán a la altura de lo que realmente representa el sentimiento.

Por ejemplo yo siento que mi maestro ha hecho demasiado por mí y yo, fuera de ayudarlo con sus broncas computacionales, no le aporto nada trascendente a su vida. Ayer me sacó del error.

La verdad es que en esta vida hay millones de formas de hacer que el amor llegue y siempre será rebosante si lo haces con sinceridad y desde el corazón. Puede ser compartiendo el conocimiento más complicado y profundo de la filosofía o simplemente dando la oportunidad a otro de usar sus conocimiento y herramientas para darte una luz.

Lo que me deja esta experiencia es la seguridad de que lo que sea que doy, lo doy con verdadero amor y sólo por eso, tiene un valor inconmensurable.

Me falta trabajar con los que me caen gordos, pero estoy segura de que eventualmente superaré el sentimiento y podré hacer más que desearles un bien desde lejos
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