Soy una mezcla extraña
mitad querer ser, mitad
nunca serlo.
Soy una medianía,
una duda,
una extranjera en cualquier mundo.
No
pertenezco a ningún sitio,
a ningún entorno,
no coincido con el orden de las
cosas.
Voy siempre a contra flujo,
en sentido contrario,
en todas las
direcciones
y en la dirección opuesta.
Sólo me encuentro en los atardeceres,
en
los campos de cebada,
en medio de la llovizna,
del bosque,
de la niebla,
en las
páginas de un libro,
en la música de Sting,
en la Suite No.1 en sol mayor para
violonchelo de Bach,
en los interludios,
en los puentes peatonales,
en la brisa
que me despeina,
en la soledad de la contemplación de la milpa o de un campo de
flores,
en los pueblos mágicos, comiendo quesadillas de comal y tomando café de
olla,
en las calles empedradas,
en la playa sola con mis pies descalzos,
detrás
del lente de una cámara fotográfica,
en los poemas de Benedetti, de Becerra, de
Neruda, de Lechuga.
Soy llovizna.
Soy una luciérnaga que no sabe
que lo es,
lo que es.
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