Ok. Sí. Tengo que admitirlo. ¡Odio que llegue mi cumpleaños! Y no tiene nada que ver el asunto de la edad, esa es otra historia. El punto es que siempre que se acerca la fecha en la que sumo un año más a mi existencia, me topo de frente con el inevitable tren de mi falta de pertenencia, de mis raíces no echadas en ningún lado, de la inexistencia de un motivo para celebrar en aquellos a quienes amo y, se supone, me aman; de un festejo sincero que nunca llega... ni llegará.
Los amigos que están lejos, jamás han venido ni vendrán. Los amigos que están cerca no tienen con quien dejar a sus hijos pequeños. Los familiares asisten siempre al festejo del tío Rubén (con el que estoy peleada a madres, por cierto) que cumple tres días antes que yo y siempre apaña el fin de semana más próximo. Así que todo siempre se resume a una comida equis en un restaurante equis. Supongo que es suficiente para un ente también equis.
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