Hace un par de semanas caí en la cuenta de que existo. Me explico: a lo largo de mi vida me ha resultado casi imposible comprender el papel que desempeño en el mundo de los que me rodean. Tengo claro lo que a mí toca, lo que percibo, lo que siento, lo que quiero y a quién lo aplico, pero no tengo mucha conciencia sobre aquello que tiene que ver con los demás y con la percepción que tienen de mí. Hace poco lo llamaba "síndrome de invisibilidad" (esta cosa extraña incluye la certeza de que la gente deja de recordarme cuando deja de mirarme) y se me estrelló en la cara una mañana en la arena de alguna playa de Los Cabos. Lo que más me gustó de esas playas fue su soledad, la falta de garnachas, vendimias de artesanía y ofertas de masajes con aceite de coco. Esa soledad me permitió observar mis huellas en la arena mientras descansaba sobre una saliente rocosa. El momento en que mi vista se posó en esa hilera de huecos que mis pies fueron dejando tras de sí fue revelador. Sólo eran mis huellas. Nada más. Nadie más. Era la prueba irrefutable de que existo, de que lo que hago, cualquier cosa, por insignificante que parezca, algo tan simple como caminar, cambia al mundo de alguna manera. Se me vino encima, entonces, una especie de pesada responsabilidad, y también me cayó en la cabeza la comprensión de cientos de situaciones en las que siempre me fue más cómodo aventar la culpa sobre alguien más.
Me avergüenza un poco reconocer este súbito conocimiento de mi misma a mis treinta-y-casi-cuarenta, sin embargo prefiero aplicar el eterno lugar común de más vale tarde que nunca. Entonces me llegan otras revelaciones. Entre ellas el significado de la madurez y la certeza de que, si es que no he llegado a ella, estoy más cerca que nunca; y también la sana diferenciación entre ésta y la vejez.
Lo mejor del asunto es que esta avalancha de súbitas "caídas de veinte" me ha puesto en una perspectiva en la que me siento mucho más optimista y positiva que nunca.
1 comentario:
¡Qué chido amiga!
Todo aquello que nos lleve por el camino del bienestar firme y definitivo es para apreciarse.
Te felicito y te mando un abrazo sintiéndome muy feliz con la dicha que te da esta nueva perspectiva.
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