lunes, 22 de agosto de 2011

Balas y futbol

Me ha costado trabajo pensar en esto. Creo que lo he venido evitando sistemáticamente desde que me enteré de la noticia, y más aún desde que vi el video de lo sucedido en el estadio Territorio Santos Modelo. Me duele mucho. Me enfrenta a una realidad que me aterra, a la violencia como parte de la vida cotidiana de cada uno de los habitantes de este país, y específicamente, de la de mis hijos y gente querida. Y es que cada vez se cierra más el cerco, cada vez existen menos escenarios en los que puedes sentir cierta seguridad; las balas son, cada vez más, invitados recurrentes al día a día de todos nosotros.
El futbol es parte importante de mi vida desde la infancia. Conservo recuerdos y experiencias de gran intensidad relacionados con el "deporte de las patadas", y aunque con el paso de los años esa pasión ha ido menguando, no ha desaparecido ni lo hará. Siempre preferiré ver en televisión un juego de fut a cualquier otro programa. Así las cosas, el que la violencia desbordada del crimen organizado haya golpeado directamente al deporte que amo, hace que el asunto me duela por partida doble. No sé muy bien cómo explicarlo, es como si algo muy querido hubiera sido mancillado, como si hubiera recibido una grave ofensa personal. El ver a los jugadores tirándose al suelo unos, corriendo hacia los vestidores otros, en medio del estruendo de las balas, fue desgarrador, lo mismo que ver el pánico y la tristeza en los ojos de los padres que protegían con sus propios cuerpos a sus pequeños, el llanto en el rostro de chicos y grandes y hombres y mujeres, el miedo y la desesperanza en las personas tiradas entre las butacas buscando algo de protección.
¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? ¿Quién? ¿Cómo? Son muchas la preguntas que vienen a mi cabeza cada que pienso en lo lejos que se ve la salida de este túnel en el que estamos metidos como país y sociedad. ¿Llegará el momento en el que sea igual de peligroso asistir a un partido de futbol que atravesar un campo minado en Afganistán? ¡No quiero! ¡Me resisto! ¡Me duele! No quiero pensar en que mis hijos vivirán su juventud y adultez en un país en el que su vida esté en juego a cada minuto, en el que no podrán tener la mínima oportunidad de una existencia pacífica y tranquila, que no podrán repetir con sus hijos las experiencias que hemos podido regalarles hasta ahora en un estadio de futbol.
Sé que el problema va mucho más allá de la cuestión futbolera, pero hoy quise hablar de esto, de los dos grandes amores que me duelen en este momento de triste y violenta convergencia: México y el futbol.


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