lunes, 5 de septiembre de 2011
Nacer en el entorno equivocado
Ayer terminó el mundial de atletismo en Daegu, Corea del Sur. No es que sea fan purista de esa rama del deporte (salvo de las disciplinas de fondo), pero ayer, en la final de los relevos 4x100 varonil, Usain Bolt llamó poderosamente mi atención. Entiendo que es un tipo que llamaría la atención de cualquiera con su sola presencia, pero lo que me movió ayer fue comprender un par de cosas. Uno. El tipo es un dotado, está fisiológicamente diseñado para las disciplinas atléticas que practica. Sus 1.98 metros de estatura y larguísimas piernas lo avalan.
Dos. Evidentemente el tipo disfruta lo que hace, goza al ser el centro de atención de las multitudes, es un exhibicionista. Hace justamente aquello para lo que fue "diseñado".
Mi punto al verlo festejar el triunfo junto con sus compañeros el día de ayer, era la pregunta de cómo habría hecho para descubrir ese talento y enfocar todos sus esfuerzos en eso que lo ha llevado a ser campeón del mundo y olímpico y todo lo demás.
Entiendo que todos nacemos con algún don especial. Entiendo también que para algunos es sencillo, que se les presenta con absoluta claridad desde edades muy tempranas y que a los ocho o nueve años tienen ya definido el rumbo de sus vidas en cuanto al camino a seguir y van por ello contra viento y marea. Entiendo también que hay otro conjunto, el de aquellos que tienen la suerte de nacer con el don adecuado en el entorno adecuado. Ejemplos sobran: Isabella Rosellini, Sofía Coppola, Gael García Bernal, Diego Luna, Benny Ibarra y un largo etcétera. Está un cuarto grupo, el de aquellos que nacen y crecen sin idea de lo que son o quieren o aspiran, y en un entorno en el que tampoco se favorece el que en algún momento tales dones se hagan visibles o se definan. Un quinto bloque sería el de los que saben lo que quieren pero nacen en un entorno adverso. Aquí cabe el típico ejemplo del hijo-nieto-bisnieto de médico y que por ende no puede aspirar a ser más que lo mismo... médico, porque así lo marca la tradición familiar e independientemente de sus deseos o aptitudes.
Después del tedioso recuento vuelvo a mi punto, a mi descubrimiento del sábado, previo a la final de los relevos 4x100 varonil en el mundial de atletismo de Daegu, Corea del Sur: Nací con aptitudes desconocidas y equivocadas en el entorno equivocado, y eso me ha generado un sentimiento de culpa exacerbado que me oprime el alma desde que era una niña. ¡Cuánto trabajo me ha costado comprenderlo! ¡Cuánto peso he debido cargar desde entonces! Y que conste que no me hago a víctima (ese proceso lo trabajo día con día, sin descanso), simplemente creo que al fin comprendo la raíz de todos esos miedos que me paralizan y me impiden apreciar con claridad lo que la vida me ofrece.
Un ser sensible, con marcada tendencia a la introspección, a la lectura, a la escritura, estaba fuera de lugar en un mundo rural en el que sólo contaban el trabajo duro, lo práctico, lo tangible. ¿Por qué perdía tanto tiempo leyendo la Biblia o la colección de Selecciones del Readers Digest de mi abuela (que era lo único legible a cincuenta kilómetros a la redonda)? Me preguntaba papá con molestia, desilusionado por esa hija suya a la que tanto amaba pero a la que seguramente habría cambiado para convertirla en lo que él deseaba. El sábado entendí de súbito que sí era visible la naturaleza de mi espíritu, pero sólo a ojos que hubieran podido observar las señales que mi yo niña lanzaba al mundo con tanta energía. Lamentablemente mis padres no tuvieron esos ojos y no cumplieron con su parte del trato.
No juzgo, sólo hago un recuento de hechos históricos, de verdades innegables.
Ahora viene la parte más compleja. Ya descubrí la raíz del problema, ¿cómo diablos le hago para resolverlo?
Al tiempo...
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