miércoles, 24 de octubre de 2012

Sin razón II

Habían pasado muchos meses y seguía extrañándote. Seguía pendiente en mis entrañas de tus risas lejanas y ajenas, de tus manos de dedos cortos, de la forma en que depositas la ceniza del cigarro consumido en el cenicero lleno. Seguía buscando girones de tu voz en la red de mis recuerdos, en mis ojos. Llegó la desgracia a mi vida, a pintarla de tragedia, llegaron las horas de angustia, los golpes del miedo se incrustaron en mi abdomen, la maldad me alcanzó, me sometió. Me convertí en rehén de la ambición de los inescrupulosos, otra voz tomó el protagonismo en mi vida por tres largos días, una voz con sombrero y jeans sucios, una voz con botines, diente de casquillo de oro y revólver en el cinto. Mis manos temblaron, mis ojos se inflamaron, mi corazón se quemó. Seguían pasando las horas y en algún punto del túnel apareciste de nuevo, apareció tu risa corta y grave. Imaginé entonces la sonrisa que se esboza en tus labios cuando esa risa corta y grave sale de ellos, y no pude si no sonreír también. Habrán de pasar muchos meses, todos los del mundo, todos los de mi vida sin tus ojos en los míos. Seguiré extrañándote. Volveré a escribirlo una y mil veces, volveré a buscar los mendrugos de tu voz en los botes de basura sin encontrar nunca uno que diga mi nombre. Habré de vivir de la mano con la eterna presencia de tu ausencia. Habré de conformarme con los acordes de la vieja canción que será el único y delgado hilo que nos una hasta el último día.

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