lunes, 29 de octubre de 2012

Sin razón III

Entrar y salir de un sueño al ritmo de Alina de Arvo Pärt.
Soñar que el sueño es sueño y no pesadilla.
Desear que los nudos en la garganta
y el estómago
y el corazón
y la fe
se deshagan al despertar.
Anhelar que la vigilia diga entre susurros que no es verdad, que el sueño mentía, que sólo hacía una broma de pésimo gusto.
Querer que la voz rastrera en el teléfono se convierta en canto de pájaros, en susurro de árboles a mitad del bosque.
Rogar a los cielos, al universo, al Dios Todopoderoso que la sangre de aquel de dónde vengo no se derrame, que su carne no se mancille, que su espíritu no se doblegue.
Soportar con alma estóica la pesadumbre de la decepción, del abandono de dos de los que debían ser pilares y se convirtieron en la más dolorosa soledad.
Contener el agua dentro de los ojos, luchar por no permitir ni una grieta más, sellar las existentes con tierra, sangre y saliva.
Limpiar el lodo que todo lo cubre.
Mantener a raya la ansiedad
y el miedo
y el temblor de manos y piernas.
Mentir.
Decir que todo está bien
y sonreír.
Necesitar que Pahuatlán sea de nuevo un lindo recuerdo de infancia, una reminiscencia de cuentos y novelas entrañables.
Pero, sobre todo
olvidar
recuperar
perder el miedo a soñar de nuevo.

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