A veces me pregunto si la vida es complicada por sí misma o si somos nosotros los que nos la complicamos.
Anoche llovió en mi pueblo y como siempre que pasa, los chocados y los "quedados" no pudieron faltar haciendo el tráfico más y más pesado esta mañana. Me estresé cuando vi que eran las 7:43 y el tráfico estaba parado a un kilómetro de distancia del colegio de mis hijos que tienen que estar dentro de edificio a las 7:55 para el primer toque, o a más tardar a las 8:00 para el cierre de la puerta.
Pude haber tomado una salida antes pero corría el riesgo de que la lateral estuviera igual de congestionada y con el inconveniente del semáforo, así que me apegué a mi ruta de siempre y conforme fui avanzando me di cuenta que la lateral no solo no estaba congestionada, estaba VACIA. ¡Plop!
Después de darme de topes contra el parabrisas por no haberme animado a salir, llamé al colegio y les dije que estaba atrapada en el tráfico, que me dejaran entrar a mis hijos aun si ya habían dado el segundo toque de las 8:00.
Muy amablemente la recepcionista me tomó los nombres de mis hijos y me dijo que me quedara sin pendiente.
Después de la llamada, el tráfico (casi casi como por arte de magia) se empezó a mover y recorrí ese último kilómetro en un tiempo razonable. Atravesamos la puerta del colegio a las 8:00 en punto, di las bendiciones a mil por hora, dejé la bendita cooperación para la convivencia familiar del sábado y hablé con la maestra de mi hijo mayor sobre su ansiedad porque su papá está de viaje y en menos de 3 minutos pude volver a respirar de camino a la oficina.
Antes de salir de la escuela pasé a recepción para avisar que sí alcanzamos a entrar y que ya no era necesario que los esperaran en la puerta así que me fui al trabajo con una loza menos de peso de encima.
Esto no es el pan nuestro de cada día porque generalmente mi marido y yo hacemos un muy buen equipo y entre los dos podemos sacar la rutina adelante pero cuando uno falta, el trabajo parece duplicarse para el que se queda y encima de eso, el imponderable siempre hace su aparición. Como bien dicen por ahí: "Murphy no falla" (por aquello de la ley de Murphy que dice que si algo tiene posibilidades de salir mal, saldrá mal).
Habrá quien después de esto diga: "pobre mujer" y habrá quien diga: "ésta se ahoga en un vaso con agua", pero la verdad de las cosas es que con todas las anécdotas de cosas que me han pasado mientras mi marido está de viaje, podría escribir un libro de cuentos llorosos y jocosos para amas de casa.
Lo único que espero es que este año no se me inunde la casa mientras mis hijos estén en cama con alguna infección extraña y afuera esté cayendo un aguacero que me haga sacar un "kayac" para ir a la farmacia a conseguir medicina.
Si algo parecido a esto no pasa, entonces estaré del otro lado. Jajajajajajaja.
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