Hoy me duele México y me siento impotente ante la devastadora evidencia que me embarra en la cara un futuro miserable y mediocre para el país que piso, que me vio nacer y que amo (a pesar de que reniegue una y mil veces). Me mata las esperanzas el comprender que por más esfuerzos que haga para sacar adelante a mi empresa, a mi familia y a mi país (desde mi pequeña trinchera de lucha diaria), estoy supeditada a las decisiones que toman personas sin compromiso, sin amor por México, sin visión de estado y demasiado cobardes para asumir el costo político de las reformas indispensables para que a este país no se lo cargue la chingada.
Los ricos tienen recursos e influencias para defenderse solos, los pobres son la bandera favorita en la que se enredan los politiqueros mesiánicos que siguen sosteniendo la idea de un pueblo que tiene todos los derechos y ninguna obligación, de un pueblo mal educado y acostumbrado a estirar la mano para que se les otorgue por el simple hecho de ser "pobrecitos"; y los de en medio, los que generan los empleos y se la juegan día a día en un país que no ofrece ventajas competitivas, los que pagan impuestos, los que sostienen la endeble economía, los que transforman, los que manufacturan, los que ofrecen servicios, los que ahorran (o por lo menos lo intentan) en bancos nacionales y no en instituciones de Suiza o Luxemburgo, ¿a nosotros quién diablos nos representa?, ¿a nosotros quién carajos nos defiende en las Cámaras? Estamos solos, con nuestras manos, nuestro trabajo y una determinación a prueba de todo para seguir luchando por nuestros hijos a pesar de que cada año nos aprieten más la bota que tenemos permanentemente sobre la cara.
Lo dije en la mañana en Facebook y lo repito aquí: hoy me siento triste, impotente, desesperanzada y vulnerable, pero no derrotada, mis hijos me sostienen.
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