Un día despiertas y sientes que nada encaja, que te pones vieja y fea y aguada, que tus hijos no te pelan y tu marido te da flojera. Un día la vida te pone pruebas y sientes que no tienes la fuerza para superarlas, entonces buscas estímulos o la vida misma te los pone en el camino y encuentras espejismos baratos, paraísos efímeros, te embotas con ellos y lo que te sostiene (tu familia) es lo único que no observas ni sientes ni comprendes.
Siempre he dicho que Dios me ha protegido miles de veces de mí misma, mi umbral de estupidez es tan alto que de haberme permitido tomar decisiones habría hecho un muladar de mi propia existencia; así que históricamente me ha quitado de encima las tentaciones para que no pueda, aunque quiera, joderme los días que me quedan. Así, sin darme cuenta, y aunque mentando madres al inicio, todo vuelve a su lugar, las sonrisas de siempre regresan, los amores que no se van nunca son vistos de nuevo, el protagonista de mis sueños brilla otra vez sobre su escenario, regresan a casa los soles y las lunas y yo misma. Sé que suena extraño pero ese día, el del retorno, el de la vuelta a casa, y las semanas que le siguen son tan placenteros que hacen que valga la pena el efímero extravío, después de todo dicen que lo mejor de los pleitos son las reconciliaciones ¿no?, pues en este caso aplica con sus asegunes: lo mejor de mis espejismos es cuando desaparecen tras la barba de tres días de mi marido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario