Hace un par de días me animé a romper dos silencios con la perfecta conciencia de que era muy probable que la respuesta fuera la misma materia que intentaba destruir. Finalmente sucedió. Dije hola dos veces y ni el eco me respondió. Entiendo que todo efecto tiene su causa y que si el primero fue el que me hayan ignorado, la segunda seguramente tiene su origen en alguna falla muy mía, seguramente hice o dije algo malo o simplemente ya no soy aceptada ni lo seré nunca más en espacios y corazones que alguna vez me quisieron. Imposible negar que duele, una más que la otra. Una porque ese corazón que me ha cerrado las puertas pertenece a alguien importante para mí y, sobre todo, porque no es la primera vez que sucede, así, sin previo aviso, sin decir agua va, sin el regalo de la verdad absoluta; toqué el timbre dos veces intentando por lo menos saber qué hice mal pero ni siquiera eso me fue concedido. La otra... esa duele menos porque sé que fui yo la que huyó primero dejando de lado las experiencias compartidas por años, los sueños comunes y las fantasías, así que siempre supe que mi regreso no sería causa de alegría ni mucho menos; sin embargo y de cualquier manera... lastima como un golpe que no porque sabes que viene duele menos.
Lo bueno del asunto es que finalmente he podido decir adiós, uno absoluto. He dado de baja suscripciones, correos, contactos de messenger y facebook, con la confianza de que no hay posibilidad de que esas personas vuelvan a mi vida. Romper los silencios me hizo comprender en dónde no hay espacio para mí y de alguna manera me siento liberada, como cuando hago limpieza de armarios y me deshago de lo que nunca más volveré a vestir.
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