viernes, 11 de marzo de 2011

Esa que soy cuando cruzo la meta


Cruzar un umbral significa salir y entrar. Tal vez por eso nos causa tanta fascinación una puerta, mucho más si está cerrada. Cruzar un umbral significa movimiento, cambio, abandono de la zona de confort. Salir significa abandonar. Entrar encierra la posibilidad de algo nuevo, de algo por conocer y, por lo tanto, desconocido. A pocos nos entusiasma enfrentarnos a eso, así que nos aferramos a nuestras rutinas y prácticas comunes aplicando el viejo y conformista adagio "más vale malo por conocido que bueno por conocer" para justificar ante el mundo y ante nosotros mismos nuestra cobardía.
Me reconozco como una cobarde. Jamás he sido de las que arriesgan. Me gusta el terreno seguro. Cuando era niña odiaba dejar de tocar el suelo; las resbaladillas eran uno de mis grandes temores, al columpio sólo me subía si el balanceo era suave y corto. Contradictoriamente amo la sensación de volar, del aire sobre la cara; pero eso sí, siempre y cuando me sienta en control de la situación. Me gusta controlar o por lo menos sentir que lo hago. Entiendo que esto me vuelve una mujer cuadrada. Contradictoriamente me gusta crear, creer, soñar, adoro las formas suaves y redondeadas. Ya sé que suena confuso, pero ya casi llego al punto que deseo explicar, lo prometo.
Mi auto análisis me lleva a la conclusión de que soy un ser reprimido, alguien que anhela la libertad pero que no se permite a sí misma experimentarla, alguien que quisiera ser casi todo lo que no es pero no se atreve a luchar por ello, alguien que nunca ha estado en el momento y lugar correctos para empezar su propia historia de sueños cumplidos.
Hace poco más de cinco semanas fui en contra de mi auto represión. Me monté en una ola impulsiva y me incribí a una carrera de diez kilómetros para mujeres: la Nike Nosotras Corremos. ¿Cómo fuiste capaz? ¡No estás preparada! ¡Con tantas dificultades corres cinco! ¡Eres muy lenta! ¡Falta muy poco tiempo! ¡No vas a lograrlo! Una y otra vez intenté sabotearme como tantas y tantas en el pasado, pero la locura ya había sido cometida y el comprobante de pago y de inscripción temblaba en mis manos. Tenía dos caminos: rajarme y ser fiel a mis miedos o aventarme al ruedo y sentir por primera vez en mi vida que había asumido el riesgo correcto. Me mantuve firme y opté por la segunda, finalmente si no lograba terminar nadie moriría.
Desde ese momento mi vida empezó a girar en torno a la carrera y mi preparación rumbo a la meta. Hablé con mi familia para que entendieran la importancia de mi reto y me dieran todo el tiempo y espacio posible para prepararme. Dejé de fumar, cambié mi forma de alimentarme, descargué un programa de entrenamiento del sitio de internet de la marca organizadora, y me puse a entrenar. No fallé un sólo día, aunque hiciera frío, aunque me tocaran los odiosos fartlek, aunque me sintiera cansadisisísima. En mi mente sólo existía la necesidad de no llegar última, pero sobre todo de no ser levantada por "la barredora", un camioncito que recorrería la ruta después de noventa minutos de iniciada la carrera para ir recogiendo a las corredoras que aún no hubieran llegado a la meta. Trabajé mucho a nivel mental para asimilar profundamente que el reto era sólo contra mí, para creerme que podría.
El día anterior a la carrera hice todo lo recomendado: tomé mucha agua, comí carbohidratos, descancé y me dormí temprano.
El 6 de marzo de 2011 cambió mi vida. La vibra que se siente en una carrera de esas no tiene comparación. Miles de mujeres metidas en miles playeras naranja y likras negras llenábamos el infield del Hipódromo de las Américas, todas emocionadas, cada una con su propio sueño por cumplir. El disparo de salida sonó y el nervio que me había acompañado desde el día anterior se convirtió en una explosión de adrenalina. Finalmente había llegado el momento para el que tanto me preparé durante cinco semanas. Finalmente había llegado el momento de hacer algo por mí, para mí, desde mi yo más interno. Ahí no era la mamá de ni la esposa de ni la hija de ni la hermana de ni la jefa de, ahí era simplemente yo en medio de otras ocho mil mujeres, sola, buscando romper mis eternos esquemas de derrota y auto sabotaje. Empecé a correr con algunas lágrimas bailándome en los ojos. Me permanecía un miedo que se iba disipando conforme avanzaba y escuchaba las porras y los gritos de aliento que nos regalaban cientos de personas apostadas a los lados de la ruta. Cierto era que muchas corredoras me rebasaban pero jamás sentí ese terror que imaginé tantas veces mientras entrenaba. Establecí mi ritmo de carrera y me apegué a él aunque la adrenalina me pedía ir más rápido. A los dos kilómetros ya había dejado atrás cualquier carga negativa y corría serena, disfrutando, sonriendo, agradeciendo a los porristas, leyendo los ingeniosos carteles de apoyo que sostenían sobre sus cabezas mientras no dejaban de gritar "¡Venga! ¡Vamos! ¡Sí se puede! ¡Son todas unas campeonas!". Llegué a la meta exactamente a la hora con quince minutos de haber cruzado la línea de salida, entera, con fuerza suficiente como para correr otros tres o cuatro kilómetros, feliz, satisfecha, eufórica, con los brazos levantados y las lágrimas cayéndome sobre el rostro previamente mojado por el sudor, sintiéndome fuerte, valiente, poderosa, capaz de cualquier cosa.
Nunca antes me había sentido así.
Nunca después seré la misma persona.
Finalmente, al cabo de treinta y siete años crucé el umbral, descubrí que puedo si quiero, que las limitaciones las he traído siempre dentro de mí, sobre mi espalda como un saco pesado, como un lastre al que tristemente me acostumbré a cargar cmo si no hubiera otra alternativa. Y es que no la había, no hasta que la venda se me cayó de los ojos al cruzar la meta.
Hoy veo la vida de otra manera. Hoy quiero enfrentar todos los retos que había venido posponiendo. Hoy no me cuesta trabajo levantarme por la mañana a enfrentar el día, sin contar las horas que faltan para volver a dormir por la noche. Hoy asumo la absoluta responsabilidad de mi vida sin buscar culpables ni pretextos.
El próximo 10 de abril correré de nuevo y pronto comenzaré a entrenar para el medio maratón de la Ciudad de México a celebrarse en septiembre próximo. Por un rato seguirán sin importarme los tiempos y permaneceré enfocada en terminar antes de que los organizadores "levanten el changarro", seguramente con el paso de los meses comenzaré a preocuparme por esos mounstritos que aderezan y acompañan la vida del corredor. Mientras tanto seguiré disfrutando de los albores de mi amateurismo, y seguiré corriendo detrás de mí misma, detrás de esa que soy cuando cruzo la meta.

1 comentario:

Anabell dijo...

¡Muchas felicidades amiga! Es genial el conecte con quien realmente somos.

Te mando un abrazo muuuy fuerte, con mucho cariño y admiración.