Me pregunto por qué los artistas (los que hacen arte no los mamarrachos que aparecen en las telenovelas y en las revistas de escándalo) deden enfrentarse una y otra vez a la zanja cuasi infranqueable de los críticos que nunca están satisfechos, que siempre piden algo más. No puedo entender como a Gregory Colbert se le puede tachar de populista simplemente porque ha sido capaz de transmitir su sensibilidad, su propia visión del mundo y de la manera en la que los humanos deberíamos relacionarnos con nuestro entorno natural, a cientos de miles de personas.
¿Es acaso que el arte para ser considerado como tal debe permanecer en la penumbra de una galería privada a la que sólo unos cuantos elegidos tienen acceso? ¿Es requisito indispensable que el arte para serlo sea incomprensible para un ojo no educado? ¿No puede ser arte puro el contenido de una imagen te mueva las entrañas?
Hace unas semanas estuve en el museo nómada. La experiencia resulta algo enfadosa en su inicio por las largas filas que preceden al disfrute de las increíbles imágenes de Colbert, pero una vez dentro de la estructura de bambú toda esa incomodidad cobra sentido en medio de la majestuosidad de lo que las fotos en gran formato presentadas transmiten. Algunas provocan ansiedad pero son las menos, la mayoría hablan de paz, de una convivencia aroniosa a pesar de los prejuicios y clichés absurdamente interiorizados por años en el subconscienet colectivo. El cheeta no mata a la madre que se sienta junto a él con su bebé en brazos, el elefante no pisa al niño que se recuesta frente a él.
El mensaje "Podemos vivir en armonía" que ha llegado a cientos de miles de mexicanos es muy claro y eso, por lo menos para mi manera de entender el arte, es mucho más valioso que cualquier Picasso que cualga de la pared en la galería de un millonario.
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