Hoy he salido de mi morada por primera vez, sólo por el placer que da estar en movimiento.
Con paso lento y temeroso, caminé hasta el circuito que está por mi calle, dispuesta a recorrer unos metros.
Gratificante como pocas cosas en la vida, sentí la gravilla cosquillarme los pies debajo de mi calzado, dándome la bienvenida e invitándome a seguir su camino carmesí.
Las flores y arbustos a su lado me saludaron llenos de color y vida.
Emocionada, no detuve mi andar a los pocos metros como era mi intención original, así que aunque el sol ya estaba en todo lo alto, continúe en movimiento.
A cada paso me sentía más segura y mi andar dejó de ser lento y pesado. Es verdad, mi vientre aún no recuperado comenzó a doler, pero no con el dolor de antaño, sino con el dolor de la recuperación.
Llegando a la mitad del circuito, el viento me hablo: "¿Por qué no habías venido?", yo simplemente sonreí.
Antes de llegar al final, decidí que era momento de refugiarme bajo el kiosco. Di vueltas bajo su sombra admirando la distancia recorrida por mis pasos momentos atrás.
Orgullosa de lo logrado con un poco de esfuerzo, decidí darle otra vuelta.
Por un instante sentí el arrebatado deseo de correr, tal vez para sentir con más fuerza el viento, tal vez para sentirme más fuerte que ayer; pero no lo hice. Ya habrá un momento para ello.
Al final del recorrido, me detuve a contemplar una vez más el camino y me despedí de cuanto bordea el circuito, dejando tras de mí, la figura imaginaria de una mujer corriendo buscando sentirse plena y en libertad.
Sedienta, regresé a mi morada sintiendo en todo mi ser, el placer que da, estar en movimiento.
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