No compro revistas de belleza, no porque me desagraden, todo lo contrario, me encanta enterarme de las tendencias de la moda, los cosméticos de última generación y los colores más actuales; en realidad a lo que huyo es a la certeza de mi adicción a esos menesteres porque eso va en absoluto contrasentido con mis intentos perpetuos, y generalmente fallidos, de ser una mujer austera. Antes era por pura convicción, hoy la jodidez es un factor de mucho más peso, pero, ya sea "por juana o por chana", es inevitable que después de hojear una revista tipo "Glamour" o "Elle" no me quede en las tripas un residuo de sentimiento devaluatorio del tipo "soy una pobre diabla", mismo que toma fuerza cuando me reúno con mi madre y mis hermanas que son la personificación misma de la moda en contraposición a la fodonga de la familia que siempre ha sido su servilleta. Sin embargo, debo confesar que en las vacaciones de Semana Santa caí en la tentación (¡vaya contradicción!) y compré uno de esos ejemplares. Difícil contenerse si estás echada en un camastro tomando el sol, olvidaste el libro en el depa y las llaves las tiene tu marido quien se fue al cine con los niños, y de repente se te presenta el señor de las revistas ofreciéndote la solución al aburrimiento que te trae en jaque desde hace una hora. El caso es que compré la revista y conforme iba hojeando mi mente volaba al escenario perfecto en el que, tarjeta en mano, me daba vuelo comprando cada una de las cosas que iban apareciendo ante mis ojos: los zapatos cafés de tacón altísimo, una bolsa de mano roja, el vestido naranja, la blusa blanca de estilo
vintage, las sombras de Dior, el maquillaje de Lancome, el spray que le aporta volumen al pelo, el anticelulítico milagroso de Vichy, las gafas oscuras de Prada y una lista interminable de etcéteras que empecé a "necesitar" de inmediato. Después de todo ¿quién no quiere verse espectacular? La que lo niegue, miente... me digo para intentar convencerme de que en realidad no es tan malo el nuevo conflicto que me cargo; si le pasa a muchas no puede ser tan malo, vuelvo a decirme ya en el centro comercial a punto de dar el tarjetazo. A fin de cuentas alcanzo a reflexionar por un instante, justo antes de cometer la tontería de comprar algo que realmente no necesito y salgo casi corriendo al estacionamiento, sintiendo alivio por no haber caído y culpa por haber estado a punto de.
Como sea, hoy estoy aquí, luchando contra el materialismo que me abruma con la firma amenaza de ganarme la partida, y jurando que nunca más compraré una pendeja revista de modas. JUM. Pero por si acaso, ya escondí la tarjeta ;)