“En realidad no tengo un preferido” - le contesté – “El día me encanta porque adoro la brillantez del sol y el ser capaz de ver esos maravillosos cielos que a veces son azules, a veces son grises y a veces son contrastantes con lo que tienen de fondo (nubes, sol y tal vez algunos rayos). De día puedo ver con facilidad muchas cosas, aprecio la belleza de lo que me rodea porque lo percibo en todas sus dimensiones. Me gusta el verdor de los árboles, el volar de pajarillos y el caminar de la gente que me rodea. Adoro darme cuenta de que no estoy sola en el mundo, pero también me gusta la noche porque tiene su encanto.” –continué- “La noche puede ser el alivio a un día caluroso. Así como me gusta ver el cielo azul con todos los contrastes que pueda tener, me gusta ver la bóveda llena de estrellas que me dicen que hay muchas más cosas en el universo de las que tengo enfrente. También disfruto de los animalitos nocturnos y sus ruiditos arrulladores. Adoro la luz pero también adoro la obscuridad. Me gusta la forma en la que la luz se refleja en la luna, y aunque no tienes la potente luz del sol, hay noches en que no estás en tinieblas absolutas. Por lo tanto, no tengo una preferencia por alguno. Ambos tienen cosas que adoro y cosas que pudieran no gustarme, pero aprecio el valor que tienen y lo que le aportan al mundo, en la forma en que fueron diseñadas.”
Todo este verbo mareador que le di a mi hijo de ocho años fue el principio de la hebra que me llevó a responderme la pregunta: ¿Por qué soy tan infeliz?
Hace poco tiempo me di cuenta de que pasaba gran parte de mi vida enfocada en todas las cosas que me desagradan y obviaba las que me agradan porque sentía que eran muy pocas como para que valiera la pena sentirse feliz por ellas.
Hice una recapitulación de lo que ha sido mi vida y confirmé una vez más que mi vida ha sido privilegiada. Tuve un padre y una madre durante mi infancia, adolescencia y primera juventud, que hicieron conmigo lo que buenamente supieron hacer. Me dieron la educación que yo quise y en los lugares que yo elegí. Mis relaciones sentimentales siempre han sido muy positivas; el chico que fuera mi novio por casi una década era (en el marco del tiempo en el que hablo) extraordinario: honesto, comprensivo, cariñoso, respetuoso, positivo, trabajador y con muchos deseos de crecer y dar lo mejor de él mismo al mundo. Después de que aquella relación terminara, pasé a tener una relación mucho más completa con un hombre igualmente extraordinario que además de tener las cualidades que ya mencioné, me dio la seguridad y la confianza que necesitaba para dar uno de los pasos más importantes de mi vida: formar mi propia familia. Una semana después de que terminara mi carrera en sistemas, conseguí mi primer trabajo; desde entonces, allá por el año 1995, nunca he dejado de trabajar. Cuando me convertí en mamá, se me presentó la oportunidad de trabajar medio tiempo, cosa que se alineaba perfectamente con mi ideal de vida porque de este modo, yo podría contribuir a la economía de mi hogar, desarrollar y aplicar mis potencialidades en el campo de acción de los sistemas y al mismo tiempo tendría la oportunidad de hacerme cargo de mis hijos en formas que otras mujeres no siempre pueden hacer aunque quieran.
Yo no conocí la violencia intrafamiliar, pero sé que existe porque mis padres sí la vivieron. Afortunadamente ellos dieron un paso al frente y decidieron que era mejor romper los patrones de violencia y cambiarlos por educación sin agresión.
Yo no conozco el hambre. En mi casa siempre ha habido algo que comer. Puede ser que en tiempos difíciles (que económicamente sí los he tenido), la comida no sea tan glamorosa o variada, pero a final de cuentas ha servido para nutrirme y eso me basta.
Puede ser que no tenga la casa soñada, pero vivo mucho mejor de lo que viví cuando era niña (que aun así no era malo). De niña viví en un barrio humilde, es verdad pero mi casa siempre estuvo limpia y llena de detalles que mi mamá se encargó de poner. Hoy mi casa está en un lugar abierto donde puedo contemplar el cielo, donde puedo andar en bicicleta o correr, donde mis hijos pueden hacer todo eso y prácticamente lo que quieran sin que estén tan expuestos a peligros como tráfico pesado. Está relativamente lejos de nuestras actividades laborales, escolares y sociales, pero es nuestra casa; un elemento que nos permitirá en el futuro tener otra casa más adecuada a nuestras necesidades, sin tener que sacrificar tantas cosas o sin tener que sufrir tanto para conseguirla.
Tal vez no conozca Nueva York, Paris, Tokio, Venecia o muchas ciudades (bellísimas) fuera de los límites de mi país, pero he viajado y he conocido lugares bellísimos y de los cuales guardo maravillosos y valiosos recuerdos. Amo mi Guadalajara, la ciudad que me ha dado todo lo que tengo, de la que me siento muy orgullosa y la que tiene tantas maravillas y bellezas que ofrecerle al mundo, a quienes la visitan y a quienes tenemos el privilegio de vivir en ella. Guadalajara tiene el privilegio de estar ubicada en la proximidad de Chapala, el lago más grande de nuestro México querido, cosa que además de darle un clima envidiable, hace que gocemos una vegetación maravillosa y variada; el clima es muy bueno, aunque haga mucho calor, no hace tanto como en otros lugares; tenemos la lluvia una parte del año, pero tenemos muchos días de soles maravillosos. No hace tanto frío como en otros lugares y su ubicación te permite estar en muy corto tiempo en lugares como: la playa, la sierra, o las ciudades más bellas e importantes de nuestro país, entre otras cosas.
Mis hijos son: maravillosos, sanos, de buenos sentimientos, inteligentes, cariñosos, divertidos, nobles, entusiastas, comprometidos, creativos. En realidad nunca han sido fuente de problemas, más allá de los normales que se generan por la propia educación y formación del carácter. Aquí uno como papá hace lo mejor que puede con lo que tiene pero aun así mete la pata.
Mi familia extendida ha sido muy respetuosa de mi espacio familiar, han sido cariñosos, protectores, impulsores y un apoyo maravilloso en tiempos de necesidad.
Mi trabajo es maravilloso, mis compañeros de trabajo son geniales y tanto de ellos como de mis jefes y de las situaciones que enfrento día a día, he aprendido miles de cosas que me han permitido ser mejor persona de lo que antes fui.
Tengo la enorme fortuna de contar con el cariño, el apoyo, el respeto y la confianza de cientos de personas (sí, cientos y no es una exageración). Me da mucha alegría decir que tengo muchos muy buenos amigos que con sus peculiaridades y siendo como son, me han dado lo mejor de sí mismos.
Después de revisar todo esto que les cuento me pregunté con profundo dolor y con un nudo en el estómago: ¿Por qué no soy feliz si tengo tanto en la vida?
Porque me quejo de que tengo que pasar muchas horas en el tráfico para ir a cualquier parte, porque a donde quiera que voy me encuentro con quejas, problemas, demandas (de tiempo y de acciones) y cientos de otras cosas que no me gustan pero que son parte de la vida.
En medio de la angustia que me provocó estar sumergida en esta maraña de sentimientos y realidades golpeadoras, se hizo la luz y la claridad me permitió ver con nuevos ojos las cosas que me rodean.
Así como antes mencioné que adoro el día porque la luz me deja ver en todas sus dimensiones aquello que me rodea, así, adoro la luz que me permite ver que: el tráfico, los conflictos en las relaciones y cualquier otra cosa que no me agrade es simplemente eso: cosas que están fuera de mi preferencia y que yo les doy una carga (a veces positiva y a veces negativa) dándoles un peso que suele ser más un lastre que una ayuda, un impulso para seguir adelante o un momento que me permita reflexionar en lo que he hecho de mi vida y partir de ahí a lo que quiero lograr o alcanzar.
Los contrastes son necesarios para tomar una decisión. Quien no conoce la injusticia, no puede ver la necesidad de aplicar la justicia. Quien no conoce el hambre, difícilmente verá la importancia de que haya alimentos para quienes necesitan ser alimentados.
Lo maravilloso de todo esto es que no necesariamente tienes que vivir la experiencia para aprender el valor de lo que sucede en el mundo. Pero para aquello que no puedes aprender de este modo, están las experiencias que como se salen de tu marco de confort o preferencia, las calificamos de malas.
Hoy no remo contra la corriente. Permito que las cosas pasen y me doy la libertad de elegir si esas cosas me harán un bien o no. Muchos dirían que el elegir debería ir en función de tener sólo lo que quieres y de alejar lo que no quieres, pero descubrí que este modo de elección termina por desgastarte porque las cosas siguen pasando y tienen que pasar. Todo en el mundo es movimiento.
Elegir la forma en la que me afecta lo que los demás hacen, dicen o deciden, me permite tener el control de mis sentimientos. Si lo que espero es elegir que los demás hagan o dejen de hacer las cosas para que yo me sienta bien, me toparé con pared porque moldear el mundo a nuestro gusto es un imposible.
Partiendo de las premisas anteriores, y con la ayuda de amigos que me proporcionaron materiales increíbles que me iluminaron y orientaron, cambié la forma en la que veo las cosas y eso bastó para darme cuenta que en realidad SÍ soy una persona muy feliz y puedo sentirlo.
Todo lo que necesito para vivir bajo este esquema se me está dando y aquello que alguna vez llamé problemas, se han disuelto a la luz de lo que puedo hacer para darles solución, en lugar de quejarme de los terribles efectos que tienen en mi vida.
Hoy es un buen día para apreciar los contrastes… y mañana también.
2 comentarios:
Una vez escuché a Isauro Blanco decir que los contrastes son una gran herramienta para educar a los hijos. Desde entonces he tratado de aplicarlos sistemáticamente, creo que con cierto éxito. Los contrastes son indispensables para entender, valorar y agradecer lo que se tiene.
Besooooooooooos, amiga
¿Verdad que sí amiga?
Digo, me tardé un ratito en agarrarle la onda al asunto, pero dicen que más vale tarde que nunca, jejejeje.
Besitos tronados amiga querida.
¡Gracias por venir y comentar! =D
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