jueves, 9 de junio de 2011

El Café de los Cuentistas

La Cuidad de México tiene el estigma de inhabitable, de caótica, de sucia, de estresante, de insegura. Adjetivos todos ciertos pero tristemente no exclusivos de esta ciudad, todos cada vez más aplicables al resto de las ciudades de este pobrecito país al que se está llevando la chingada.
El caso es que vivir en esta ciudad tiene su lado muy oscuro pero también otro que vale la pena poner en perspectiva a la hora de evaluar la experiencia de ser su habitante, uno que hace que valga la pena aguantar vara, como dicen en mi pueblo.
Me gusta escribir. Seguramente no lo hago de manera virtuosa o especialmente artística, pero me gusta contar y, por ende, que me cuenten; me entusiasma la idea de saber quién está detrás de las letras, cómo son físicamente los responsables de generar las historias que leo, saber en qué se inspiran, cómo, cuándo.
El primer martes de cada mes se lleva a cabo El Café de los Cuentistas en el Péndulo de la colonia Roma. A las 7:30 comienza la experiencia de escuchar de viva voz de sus creadores una serie de cuentos, o bien un cuento algo más largo, para después iniciar una sesión de participación por parte del público en la que puedes preguntar lo que quieras. Me resulta enriquecedor ver de frente a cada escritor, observar la simplicidad que los acompaña; no parecen diferentes a los que estamos sentados de este lado del foro, no tienen una cabeza descomunal en la que sea evidente que generan millones de ideas más que nosotros, o un rostro de infinita belleza que sea el reflejo de lo que son capaces de regalarle a las letras y palabras acomodadas de tal o cual manera. De niña creía que quien era capaz de escribir un libro seguramente sería una persona excepcionalmente inteligente, fuera de cualquier parámetro conocido por mí en aquel entorno rural en el que el único libro que existía en las casas era la Biblia. Imaginaba a Louise May Alcott, a Edmundo De Amicis, a Antoine de Saint-Exupéry como seres mágicos, poseedores de talento y conocimiento absoluto, y sentía una envidia que trataba de esconder hasta de mis mismos pensamientos, envidia por la absoluta certeza de que yo jamás sería capaz de semejante hazaña.
Haber tenido la oportunidad de mirar de cerca a Ana García Bergua, a Rafael Pérez Gay, a Paola Tinoco y a Alberto Chimal, me ha hecho sacudirme esas creencias infantiles que de alguna manera habían permanecido en mi memoria actualizándose con cada autor nuevo que he leído hasta la fecha, para ceder su lugar a una humanización del escritor ante mis ojos. La conclusión obligada es: si en apariencia son tan comunes como yo, seguro que dentro sucede algo similar; así que tal vez, si me esfuerzo, algún día yo también podría...
Una experiencia que dificilmente viviendo fuera de este caos llamado Ciudad de México, podría haber tenido la fortuna de vivir.

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