Hace unos días en un desayuno con unas amigas platicábamos las peripecias que vivimos a diario con los hijos, la casa, el trabajo, el marido, las familias extendidas, y en general con la sociedad.
Una dijo estar en crisis con sus hijos y otras tres trajimos a la mesa nuestros recientes momentos de crisis con los nuestros.
Otra habló de su crisis matrimonial y de cómo fue que afortunadamente para su familia, ella y su esposo lograron superar sus problemas y tomaron la decisión de seguir el camino juntos.
Otra más compartió su sentir respecto a los momentos en los que tenía que sacar adelante a su familia (hijos) sola cuando su esposo pasaba mucho tiempo de viaje.
Recuerdo que una de ellas dijo:
-¿Por qué seremos tan complicadas?
-Porque somos mujeres amiga- contesté.
Nos reímos al darnos cuenta de que es verdad, de que las crisis se nos hacen muy pesadas porque dejamos que el sentimiento nos invada aparentemente sin control. Claro que en nuestro caso esto nunca ha sido un obstáculo para resolver los problemas del día a día, pero finalmente son sentimientos que están ahí y que no pueden y no deben negarse por salud mental y emocional.
Así, entre un tema y otro, entre un café, pan y los guisados del buffet se fueron las horas compartiendo, consolando, dando opiniones que terminaron siendo consejos y al final, todas nos despedimos con una gran sonrisa y cargando ya no el peso de las penas en el corazón, sino la seguridad de que toda crisis representa una oportunidad y que no se está solo en este "valle de lágrimas" cuando tienes amigas en las que puedes depositar sin temores, tus más íntimos sentimientos y tus más grandes miedos e inseguridades.
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