jueves, 10 de diciembre de 2009
La luz al final del túnel
Llevo varias semanas caminando en un túnel oscuro. He tropezado varias veces y la mayoría de ellas he sentido que no me queda fuerza para levantarme. Los viernes son los días más crueles, por lo tanto caer en viernes es lo más común. En más de una ocasión he estado a punto de rendirme y quedarme recostada boca abajo, en el fango, sin mover una pestaña, inmersa en el silencio oscuro y deprimente que parece llenarlo todo junto con el fango frío que me cubre. Me sorprende no haber sido capaz de permitírmelo ni siquiera una vez, me impresiona voltear hacia atrás y ver que esa mujercilla ojerosa y débil no se ha rendido, y no se ha permitido a sí misma la comodidad de la derrota. Me miro y me desconozco: fuerte, optimista, entrona, sonriente a pesar de que a veces parece que voy perdiendo la batalla contra esta crisis maloliente que ha llevado a la tumba a más de tres competidores directos. Me miro y siento en la cara el orgullo de mujer y de madre capaz de regresar a casa con una buena actitud a pesar de haber tenido un día de perros, para mostrarle a mis hijos cómo se enfrenta la vida con toda su problemática. Ese ha sido mi motor, la esperanza de enseñarles con mi ejemplo de vida que no hay problema en el mundo capaz de quitarle las agallas a su madre. En medio del fango he visto sus caritas y eso me ha dado la fuerza para levantar los hombros y volver a caminar hacia el final del túnel, porque todos, por largos que sean, tienen un final. La lucecilla ha aparecido esta semana, cada día se hace más grande y me alumbra mejor el camino. Faltan pocos días para que al fin pueda quitar de mis hombros el peso de este año que ha resultado de pesadilla en el aspecto económico. Falta poco para llegar al final que no será más que un nuevo principio, pero con la certeza de que si este año no me mató, no creo que nada pueda hacerlo ahora.
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