Un varón era mi sueño mucho antes de ser madre; imaginaba un chaparrito con amplia botija y cachetes apachurrables, vestido de futbolista e inseparable de un balón con el que destrozaría todos los adornos de cristal cortado y demás artilugios propios de las mesas de centro. Sin embargo la vida me regaló primero una nena. No fue fácil aceptarlo de inicio, la imagen del varoncito había estado demasiado tiempo en mi mente abyecta de pre-madre, pero eso pasó pronto y antes de un par de semanas la idea de una compañerita de vida me había seducido. Comencé a imaginar todas las cosas que podríamos compartir bajo nuestra condición de mujeres: las idas de compras, las historias cursis, los "tacos de ojo", las películas de princesas y demás. Ger llegó dos años después a mostrarme el mundo masculino. Una vez más debí pasar por un proceso de adaptación, ¡los niños son tan diferentes de las niñas!
El punto es compartir mi felicidad por haber sido bendecida con un hijo y una hija, por poder disfrutar de cada uno de esos mundos tan distintos.
Ana tiene hoy doce años y ha resultado una extraordinaria compañera de camino, compartimos cientos de cosas, hemos llorado y reído juntas, ir de compras con ella es genial aunque tal vez lo que más disfrutamos es las idas a Coyoacán con su chachareo y ese dilatado espulgar de librerías, con sus quesadillas y gorditas de papa del mercado y el churro relleno de lechera con el que siempre rematamos. ¡Ah! Y el ritual del crujito sagrado que consiste en asistir a las exposiciones temporales del Museo de Antropología e Historia y a la salida comprar una bolsa de crujitos y comerla despacito sentadas en algún punto de Reforma mientras vemos la vida pasar y hablamos de lo que sea.
Ger tiene hoy nueve años y es un niño inquietísimo y adorable, el terror de las maestras de su escuela y el gallo de su profe de Tae; es un chavito con una energía inagotable y un corazón gigante. Cada noche compartimos unos minutos antes de dormir, igual contamos historias que me formula preguntas dignas de las más profunda reflexiones, a veces corremos juntos y siempre se burla de mi precaria condición física pero corre más despacio para que podamos ir juntos todo el recorrido, le encanta bailar conmigo (todavía, y como no sé cuánto durará, lo estoy disfrutando a tope) y darme vueltas hasta que me mareo. Adoro ir con él al fut y ver cómo da todo de sí en cada entrenamiento, cómo enfrenta sus miedos sin reparos y cómo sonríe también con los ojos.
Estoy convencida de que si no hubiera tenido una y uno, lo habría necesitado aún sin saberlo; así que al tener conciencia de mi fortuna la disfruto intensamente a cada minuto.
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