En estos últimos días me he estado enfrentando al tiempo, en diferentes escenarios y con actores también distintos. Y es que es una verdad conocida pero pocas veces razonada. El tiempo corre como el agua del río, dice el lugar común; no he escuchado otro más acertado, no hay paralelo más real con ese tirano que rige nuestra estadía en el mundo desde el segundo en que llegamos hasta aquel en que nuestro cuerpo disminuye su peso en veintiun gramos.
Mis dos hijos son quienes más me exponen a la realidad de los años que se han ido; siempre me parece que "apenas ayer" eran unos bebés regordetes que hacían babitas y a duras penas balbuceaban "mamá". Hoy mi hija es físicamente una mujer (a pesar de que apenas va por los trece), hermosa por donde la veas, segura, inteligente y... con novio. Sí, cada que la veo en bikini o que me platica del tal noviecito siento que envejezco un lustro. Y es que en realidad no percibo que todos esos años que la han traído de mis brazos a este punto hayan pasado por mí también. Por supuesto que no prentendo que las arrugas y las canas no me delaten, pero tampoco siento que mis treinta y seis sean el titipuchal de años que, cuando miro a Ana, parecen ser. En realidad me siento como de veintiocho, más-menos; sí, culpen al optimismo.
Por otro lado, mis padres, cada vez con más achaques, un poquito más viejos igual que yo pero a ellos se les empieza a notar de manera acelerada. Los amigos que hace mucho que no ves y de repente te encuentras pelones o canosos o con los cachetes colgados; entonces pienso si ellos me verán igual y me entran las ganas de pegarle un tiro al tiempo.
Y es que siempre lo voy persiguiendo y al mismo tiempo huyéndole, tratando de encontrarle el chiste a esa persecusión dual e interminable, intentando vivirlo a tope pero casi siempre sumida en recuerdos o inventando presentes paralelos.
Ahora bien, si Dios me regalara la manivela para hacerlo avanzar o retroceder a mi antojo una sola vez, creo que tampoco sabría muy bien qué hacer. Hay momentos que desearía volver y volver y volver a vivir, pero tampoco quiero renunciar a lo que vivo ahora mismo por mucho que me queje y me sienta una estúpida mártir eterna de las circunstancias. Es complicado, pero todo en mí lo es, hasta el tiempo que es lineal y no tiene mayor chiste que un ayer, un hoy y un mañana todos los días de la vida.
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