martes, 30 de marzo de 2010

¡Qué difícil!

¡Qué difícil es darle la cara a las cosas que lastiman! Sé que no he descubierto el hilo negro. A quien no le parezca difícil enfrentar lo que le duele es porque está muerto.

Con la llegada de esta cuaresma he tenido una serie de reflexiones que me han movido a la posibilidad de cambiar de actitud con respecto a las relaciones humanas.

Por muchos años fui yo sola y los conflictos propios de las relaciones personales no me afectaron mucho hasta hace poco tiempo, cuando decidí abrir un poco (o un mucho) el círculo de personas con las que interactúo.

Hay personas que tengo en muy alta estima y que por esta razón son parte importante de mi vida y como en todo, los hay quienes están de relleno, por decirlo de algún modo, y también los que son un mal necesario.

De todos estos grupos he recibido cosas buenas y malas; en ocasiones muchas atenciones y en otras una total y absoluta indiferencia. No me quejo, no espero que el mundo esté a mi disposición las 24 horas del día, los 365 días del año; simplemente no deja de sorprenderme el hecho de que lo que necesitas no siempre viene de quien normalmente lo esperarías.

A veces, los que son del grupo de males necesarios son los primeros que te confortan y esto me hace recapacitar en mi modo de verlos y de tratarlos.... creo que aunque sean "un mal necesario", no merecen mi indiferencia ni desconsideración.

Luego están los más queridos, que tristemente no siempre pueden estar para ti aunque quieran. Si te sientes defraudado por ellos, ¿tiras la toalla y cambias de seres queridos? Creo que tampoco se trata de eso.

En resumen, sin importar la condición del prójimo con respecto a ti, es tu actitud hacía ellos la que cuenta; pero ¿cómo se le hace para amar sin condiciones y sin prerrogativas? ¿Cómo se remueven los sentimientos que te empujan en sentido contrario?

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