lunes, 24 de mayo de 2010

Cuando todo lo demás palidece...

No puedo evitar ser inmediatista. Si hubiera escrito esta entrada ayer seguro que habría hablado del desmoronamiento de mi vida, de la oscuridad y las sombras absolutas, del dolor cuando la venda se te cae de los ojos y ves que muy poco de lo que has creído en los últimos años era cierto, del doloroso despertar de las madres a la pubertad de los hijos y a las decepciones cuando empiezan a llegar una tras otra.
Hoy tengo una perspectiva más positiva a pesar de que la astilla sigue clavada en mi corazón y guardo un montón de miedos en el cajón del buró.
El sábado pasado la vida me enseñó que en realidad no se puede estar preparado para enfrentar los golpes que, inevitablemente, los hijos te propinarán en algún punto del camino. Lo único que se puede hacer es endurecer el corazón ante la adversidad, dejar de lado los sentimientos propios (que generalmente ante una crisis suelen ser del tipo negativo), apoyarlos y seguir amándolos a pesar de todo. Sé que no es fácil ni siquiera decirlo, que la angustia, la vergüenza, la incertidumbre, el dolor y el miedo se te instalan en mente y cuerpo, que las ganas de abandonarse a los impulsos primarios de contrarrestar el dolor propio con el del o los culpables del caos son enormes. Hoy sé muchas cosas que hace tres días desconocía, tal vez la más importante es que no importa cuán grande sea la falla de mi hijo, no importa cuán graves sean las consecuencias ni la inmensidad de mi propia tristeza, jamás lo dejaría solo.
El sábado pasado Gerardo y yo fuimos puestos a prueba, él en una trinchera, yo en la otra. Al final del día el balance, aunque pareciera un resultado imposible, es positivo. Hoy miro a mi esposo y me siento orgullosa e inmensamente agradecida por haberle enseñado a nuestro hijo cómo se enfrenta un hombre cabal a un problema, cómo hace un hombre valiente y digno para levantar la mirada aún en medio del entorno más adverso y en la más precaria de las condiciones. Hoy me siento orgullosa de mí misma por haber resistido a la tentación de descargar mi frustración y mi dolor en el alma de mi niño, de haber sido capaz de sostenerlo y demostrarle con hechos el tamaño de mi amor, y también siento orgullo de la entereza y la valentía que él demostró contra todos los pronósticos.
Ahora bien, mentiría si dijera que el orgullo ha desmaterializado al miedo junto con el dolor, la incertidumbre y la vergüenza, esos siguen comiéndome la entraña de a poco y haciéndo que las lágrimas salgan con una periodicidad mucho más breve de la normal. Lo que quiero decir es que a pesar de que haya momentos en los que incluso el punto de luz al final del túnel parece desaparecer, la fuerza del amor que une a nuestra familia hace que siga valiendo la pena seguir intentando encontrar el interruptor para encender de nuevo la luz.
Hoy mismo me siento abrumada, triste, fracasada y miedosa, pero no desesperanzada. Un ángel me ha tocado con su luz en el momento preciso y gracias a ello estoy en pie de guerra y sigo siendo el sostén emocional de mi familia. Hoy mismo siento una mezcla de sentimientos que desconocía, no sabía que era posible sentirse así. No cabe duda de que todos los días se aprende algo nuevo.

Mi novio Greg

Gregory House, médico de profesión y un desgraciado por ¿elección? Ese ha sido uno de los (no muchos) hombres que me han robado el corazón.


Lo primero que recuerdo de él que me dejó maravillada, fue esa extraordinaria capacidad para concentrarse en el objetivo y no permitir que cualquier estupidez, le impidiera alcanzarlo.

No sé si se deba a que por mucho tiempo me he movido en un ambiente verbalmente hostil, pero encuentro en el sarcasmo un arma maravillosa e increíblemente poderosa que sirve para sacar a relucir los actos estúpidos e inútiles del ser humano.

Lo segundo que me encantó de él fue esa tendencia a evitar las relaciones humanas. ¿Tiene caso relacionarte con gente que no va a dejarte nada? Suena egoísta y mezquino pero hay ciertos puntos en la vida en los que no puedes perder el tiempo con cosas estériles o simplistas. De haber estado en sus zapatos, seguramente también hubiera evitado a toda costa el trabajo en la clínica, viendo gente que antes que desear su propio bien, primero y por sobre todas las cosas sólo desea justificarse, buscar una salida cómoda a la situación que tienen que vivir o simplemente pecar de inocentes. ¿Quién quiere realmente ser tan tonto?

Pareciera que esa capacidad de Greg, de separar el trabajo que tiene que ser hecho, de los obstáculos que representan las relaciones humanas, es una de las claves de su éxito como médico.

Evita las relaciones humanas pero eso no significa que ignore cómo funciona el ser humano en relación a su entorno y a quienes le rodean. No confía en nadie porque la vida le ha probado una y mil veces, que todos tenemos una razón para no dejar ver la verdad de nuestras vidas.

Mentimos como una forma de defensa, como una manera de protegernos de lo malo que creemos que nos puede pasar y dejamos de lado, el hecho de que la verdad es la única que puede hacernos libres.

¿El fin justifica los medios? ¡Y qué si a Greg no le agrada la gente y no le gusta perder el tiempo entablando relaciones con sus pacientes! ¡Y qué si no le interesa salvar sus vidas, sólo resolver el acertijo que representan! Al final del día, alguien se salvará… la mayor parte de las veces.

¿Podría lograrlo si no se tomara tanto tiempo para estar solo con él mismo?

Creo que el tiempo en soledad nos da la oportunidad de echar una mirada a lo que verdaderamente importa. ¿Lo hace Greg? Podría decir que no porque es evidente que odia su condición, pero por mucho que así sea, todos valoramos nuestras capacidades y dones para hacer algo bien y siempre buscaremos los caminos que nos lleven a ser tan buenos en lo que hacemos, aunque eso conlleve darnos un chapuzón en un interior que nos lastima o que no nos gusta.

Obvio que Greg no es el alma de las fiestas, así que sus verdaderos amigos se reducen a Lisa Cuddy y a James Wilson. Podríamos contar a sus subordinados también, pero a final de cuentas, los más cercanos a él, los que lo valoran por lo que representa, los que lo respetan a pesar de su manera poco convencional y grosera de tratarlos, los que realmente se interesan por su bienestar, son ellos dos y nadie más.

Y podría decirse que por ser las personas más queridas para Greg, les da un trato diferente del que le daría a cualquier desconocido pero no es así; remarca sus defectos y se enfrasca en luchas de poder para manipularlos y empujarlos a que hagan las cosas como él firmemente cree que deben ser. No porque se sienta superior o mejor que ellos, simplemente porque tiene la ventaja que significa no dejarse empañar la razón con el sentimiento y nadie como Greg sabe que esa es una fórmula inequívoca si lo que buscas es tu bienestar, y él quiere el bienestar de Cuddy y de Wilson, me queda claro.

Creo que eso lo supe el día en que se murió Amber, la novia de Wilson. Ver la cara de Greg al sentir que el dolor de Wilson lo alejaría por completo de él, me lo hizo ver. Eso y el hecho de que se sintiera responsable por esa pérdida.

Como todo ser humano, Greg es un ser sumamente complejo; lo que lo hace diferente al resto del mundo es el hecho de que nunca podrás, aunque quieras, descifrarlo ¿O sí?

¿Quién realmente sabe qué hay en el interior de Greg?

Su amargura es producto del constante dolor de su pierna lastimada, como médico sabe que el dolor lo tiene imposibilitado para ser una persona plena, pero también sabe que ese es el precio que tiene que pagar por conservarla aunque en este punto de la vida sea un lastre.

Puedo entender por qué se aferra a su pierna del modo en que lo hace. Yo nunca he perdido ningún miembro ni parte del cuerpo que limite mi forma de vivir el día a día, pero he visto gente muy cercana a mí lidiar con una pérdida y he podido ser testigo de cómo la actitud frente a la vida lo es todo; o te amargas o te resignas, aceptas y sigues adelante a pesar de lo que te falta.

¿Por qué si Greg tiene tantos conocimientos para devolverles la salud a otros, es incapaz de curarse a sí mismo o de encontrar los medios que lo hagan recuperar la movilidad de su pierna y aliviar su dolor?

Porque todos, sin importar la genialidad que nos sea inherente, tenemos que vivir con nuestra condición humana, misma que se traduce en infinidad de limitantes.

Si fuéramos capaces de vivir por nuestra cuenta, no necesitaríamos del resto del mundo y le quitaríamos a los demás, la posibilidad de ser partícipes en la conquista de un propósito universal.

Greg aprendió a la mala que no puede aislarse, que necesita del contacto humano y que debe abrirse a los demás, aunque él no los considere de su misma estatura.

Se entregó a algo que lo hacía sentirse bien y descubrió que las cosas (drogas) te dan una satisfacción temporal, pero que esa satisfacción nunca será duradera porque no está cimentada en un bien verdadero y al final siempre estarás vacío.

Luego se entregó a lo que pensó podría ser una relación humana y se topó con lo que siempre ha sabido, que el que está del otro lado, siempre y de algún modo terminará por defraudarte y causarte dolor. A diferencia del resto de sus fracasos amorosos (con Stacy y con Lisa), esta vez aprendió que es mejor abandonarse a ese momento de dicha y de vida que te da el contacto humano (aunque termine más temprano que tarde), que haber recorrido el camino con los ojos vendados, los oídos tapados, la boca cerrada y el corazón petrificado.

¿Qué aprendió Greg al final de esta temporada?

Quizá aprendió que es preferible vivir con las limitantes propias de perder un miembro, que vivir con las limitantes que le impone lidiar tenerlo.

¿Aceptación de su condición? No estoy segura, lo único de lo que estoy segura es que sea lo que sea lo que pase con él, será genial.

Gregory House es un hombre al que no cuesta trabajo amar porque tiene una riqueza interior enorme, como todos la tenemos. Vivir con él es lo que no resulta fácil, pero eso es harina de otro costal.

Seguiré amando lo que representa y la forma en la que el tiempo y las circunstancias lo han hecho evolucionar.

Después de todo, en ese evolucionar también yo he cambiado.

viernes, 21 de mayo de 2010

Ella...

A una sola mujer he considerado, en algún punto de mi vida, una rival. En ese tiempo me parecía una mujer interesante, bonita, pero sobre todo, malvada. Durante varios años le colgué el milagrito de ser la bruja de la historia, la villana desalmada que hizo todo lo posible (incluídos pociones mágicas y artilugios ocultistas) para separarme del amor de mis amores y así poder tenerlo de nuevo para ella. No fui capaz de entender que el asunto era mucho más simple, que el fulano en cuestión había decidido, en plenitud de sus facultades, no seguir conmigo y sí regresar con ella para vivir a su lado el resto de sus días. Hoy lo entiendo, lo asumo y hasta me he perdonado por haber sido tan poco inteligente como para no comprenderlo desde el inicio; hoy, que me he topado con un par de fotos suyas en Facebook, la miro y no veo otra cosa que una mujer de cuarenta con todas las huellas que la vida te deja en el rostro como factura del privilegio de alcanzarlos, veo una mujer básica como yo misma, y apenas puedo creer que en algún momento tuvimos algo tan fuerte en común aunque ese algo haya sido el antítesis de la amistad; hoy hasta la admiro por no haberse rendido, a pesar de que el mundo entero estaba contra ella, hasta haber alcanzado su objetivo: llegar al altar con el amor de su vida. Esa mujer no era mala, simplemente luchó con todo lo que pudo para recuperar lo que siempre supo suyo. La bruja de su cuento de amor fui yo, la que llegó un día a su vida y le movió las entrañas a su novio de tres años fui yo, quien la miró derrotada enmedio de un charco de sus lágrimas tras haber sido mandada al demonio para que mis seis meses de gloria sucedieran... también fui yo. Y tampoco esto me convierte en una mala persona porque todo ello sucedió sin que lastimar a alguien fuera mi objetivo (¿cómo podría haber sido intencional si yo estaba tan bruta?), las cosas simplemente se dieron así y si hay un responsable ese fue el hombre que antepuso sus propios deseos y sentimientos a los de las dos. El caso es que hoy, por primera vez en mi vida, vi a Gaby con otros ojos y eso fue liberador.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Oscar y Juan

Hay personas que me han dolido siempre, que aunque hace años que salieron de mi vida, no lo hicieron del todo en realidad y su recuerdo me sigue visitando con cierta regularidad para recordarme el daño que les hice sin querer en algún momento de nuestra historia en común. Oscar y Juan son dos de ellos.
Oscar fue mi compañero de clase en la prepa y un amigo entrañable durante esos tres años... bueno... casi. Aún puedo ver con claridad su cara de niño bueno y sentir esas tardes apacibles de hacer juntos las tareas y después salir a dar una vuelta por la colonia. Recuerdo que prentendí hacer que dejara de fumar; si me viera ahora, fumadora empedernida, seguro que no mostraría piedad en su burla por mi estúpida contradicción. Si pienso en él, lo primero que me viene a la oscuridad de mis ojos cerrados es su bondad, su calma, su calidez y el dolor de haberle causado dolor. Me amó en silencio durante esos tres años, puso su hombro para que mi cabeza se recargara en él, me limpió las lágrimas por un amor no correspondido sin que jamás yo intuyera que cada una de esas gotas saladas le lastimaba tanto o más que a mí misma, me acompañó en el camino tortuoso que me significaba una realidad dura por la inusualidad de mi corta edad (en una etapa en la que mis compañeros promediaban diecisiete años yo tenía sólo quince), por la enfermedad de mi padre, por el desamor que sufría, por la caótica vida en casa, por la dificultad de adaptarme a un mundo tan distinto a aquel del que provenía. Oscar fue una especie de ángel cuyo único pecado fue enamorarse de mí. La tarde que me lo confesó se hizo la primera grieta de lo que después sería la falla descomunal de un alejamiento que nunca pudimos superar. Como respuesta a mi rechazo comezó a alejarse, se consiguió una novia y cuando la prepa se acabó jamás volvimos a vernos. Hoy día no entiendo cómo pude dejar ir al amigo, por qué no le llamé, por qué no busqué un acercamiento cuando las cosas aún estaban tibias. Seguramente habría ganado mucho pero en ese entonces era demasiado estúpida como para comprenderlo. De cualquier manera le sigo guardando un cariño enorme y no pierdo la esperanza de que algún día nos sentaremos a charlar con un par de cervezas en la mesa para contarnos las vidas y sanar lo que haya que.
Juan era también un gran chico aunque en realidad nunca fuimos amigos. Desde que nos conocimos dejó en claro que lo que le interesaba conmigo era más un noviazgo que una amistad. La dolencia me viene cuando recuerdo que su cortejo fue lindo, respetuoso y sereno; y cuando veo en mi memoria el dolor en su cara al verme del brazo de quien sí logró colarse en mi entraña y ganarse el calificativo del "amor de mi vida" (seguramente con muchos menos méritos pero mi corazón ha sido siempre bastante pendejo). Después de rechazarlo para aventarme a los brazos de Luis y de partirme la madre por no haber tenido la precaución de meter las manitas en dicho lance suicida, Juan volvió a los antes acostumbrados rondines nocturnos, volvieron las invitaciones a las hamburguesas del estanquillo de la esquina (que por cierto ¡qué buenas eran!) y los paseos de tarde de sábado por las calles de Tulancingo, volvieron los ofrecimientos de un amor sincero y sin exigencias. "No me importa que aún lo ames, yo sé esperar y puedo lograr que lo olvides" me dijo una tarde de la que recuerdo hasta cómo íbamos vestidos ambos. Respondí que no y seguramente me quité otra oportunidad de haber tenido una relación con un buen chavo y todo el aprendizaje que eso conlleva.
Me duele haberles causado dolor a ambos, pero debo reconocer que mi egoísmo es más grande y por tanto me duele más el comprender hoy, a mis treinta y tantos, cuánto dejé de vivir en aras de la convicción estúpida de tener una relación sí y sólo sí estaba enamorada. A fin de cuentas, en dos de las tres veces que eso me sucedió, me sirvió para maldita la cosa.

martes, 18 de mayo de 2010

Cardio y sus tres sorpresas

El viernes fui al Cardio de Bosé. Me impresionaron tres cosas:
Una, que ya sabía de antemano pero que me sigue sorprendiendo cada vez: el tipo es un chingón, un artista de a deveras, un cuate que puede verse gay pero al mismo tiempo machín, no amanerado, respetable, buen bailarín, extraordinario showman, preciosa voz, rolas inolvidables, nunca con otro artista he sentido que el Auditorio Nacional pretenda caerse a pedazos después de una canción tan icónica y sentida como Nada particular (en la que, por cierto, me hizo sentir que volaba). El tipo sabe lo que hace, lo hace bien y yo podría verlo mil veces más y no cansarme de bailar adorándolo mientras lo escucho cantar. Además de todo esto, mi regresión acostumbrada en Si tú no vuelves esta vez fue distinta. A, la amiga que me acompañó, sabe mi historia de primera mano, cuando me escuchó cantar con ese harto sentimiento que siempre le pongo a dicha rolita me dijo: "... y que no vuelve el cabrón". Sentí tal alivio acumulado y desconocido hasta entonces que agradecí a Dios a todo pulmón por tal bendición aunque en su momento me haya significado una buena dosis de sufrimiento. Me encanta sentir que finalmente voy dejando ir a mis fantasmas.
Dos, algo que también ya sabía pero que me tomó por sorpresa: las amistades se pueden ir a la mierda en cualquier momento si no les ponemos cuidado. Y es que nunca antes me había desesperado tanto con mi amiga y su conversación frívola que casi siempre gira en torno a cómo ocultar su edad, a los kilos que no puede bajar, a lo bonita que se veía en tal o cual ocasión en la que usó tal o cual vestido y en la que se peinó de tal o cual manera. Y no es que yo sea profunda y con mensaje, tengo un lado frívolo muy desarrollado, pero me aburre hablar todo el tiempo del mismo tema, sobre todo cuando éste es tan fútil. Entiendo que la tolerancia es indispensable para la preservación de las amistades; entiendo también que puede que lo que suceda es que yo no estoy en el mismo canal de antes y de siempre, que estoy siendo muy grinch con el mundo; lo más probable es que sea yo y no ella. Mientras lo investigo seguiré anteponiendo el gran cariño que le tengo y pondré más que empeño en tratar de entenderla.
Tres, y esta vez no la vi venir: históricamente A fue la bonita, la de pegue, la que tenía la fila de pretendientes frente a su puerta. A los casi cuarenta la vida nos ha tratado de diferente forma, y no es que ahora yo sea la bonita y la de pegue (a esta edad una es más bien guapa y el pegue es cosa del pasado juvenil), pero me sorprendió notar que, mientras caminábamos por Reforma la mayoría de miradas masculinas se dirigían a mí. ¡Vaya triunfo estúpido! En realidad no diría esto si no fuera parte de un ejercicio de elevación de la autoestima, el simplemente reconocer y decir lo que de fuera nos llega como piropo o estímulo positivo.

martes, 11 de mayo de 2010

Día de las madres

La culpa de que yo sea mamá la tienen tu hermana y tú, le dije a Ger como respuesta a una de sus acostumbradas preguntas complejas, y desde ahí no he podido para de pensar en ello. En realidad los que nos hacen madres son nuestros hijos.
Entiendo que la idea de celebrar el 10 de mayo es (en los términos idealistas originales) el retribuír, con un electrodoméstico, un ramo de rosas o una salida a comer, en una fecha específica a la mujer abnegada que nos parió, nos cocina, nos hace las tareas y nos lava la ropa. Hoy en día el concepto de mujer y madre ha cambiado pero la esencia de la fecha sigue siendo, comercialmente, la misma y atiborramos centros comerciales, florerías y restaurantes en busca del regalo perfecto para mamá, cosa que critico pero que no me hago el valor de no hacer (no concibo llegar a casa de mi madre o mi suegra con las manos vacías); sin embargo la cosa cambia cuando se trata de mí como festejada. Yo no soy madre abnegada, así que no espero una lavadora o una plancha como regalo. Este año mi regalo fue el mejor de todos: cartas de mis hijos, un par de canciones que me cantaron en la escuela y una más que mi Ana me regaló en Facebook y que me hizo llorar cual Marga López (diría mi tocaya), porque finalmente si ellos son los culpables lo menos que se puede hacer es urgar dentro de sus corazoncitos para ver qué sienten sobre esa "culpabilidad". Esperar algo más, para mí, es materialismo.

domingo, 9 de mayo de 2010

Sting y la noche de la magia

En mi vida hay, generalmente, pocos momentos de explosión, pocas oportunidades de que la adrenalina se me manifieste con esa intensidad estremecedora que hace falta, a veces, para ponerle sazón a la existencia. Ayer por la noche tuve un derrame de todo ello, ayer noche volví a ser testigo del milagro de las rolas de Sting en mi vida... ayer noche más que nunca.
El telón de fondo fue muy distinto a cualquiera anterior. He estado presente en cada uno de los conciertos de cada una de las giras que ha traido al músico de Newcastle a México: en 1991 con el Soul Cages, en 1994 con el Ten Summoner's Tales, en 2001 con el Brand New Day, en 2004 con el Sacred Love y en 2007 con el tour de reencuentro con The Police. Cada uno tuvo en su momento un impacto fuerte en mí, cada uno me trae recuerdos de momentos distintos de mi vida, de etapas dolorosas y felices, pero siempre en el clásico ambiente de fiesta de los conciertos masivos... en el Auditorio Nacional, en el Palacio de los Deportes, en el Foro Sol. Ayer noche todo fue distinto. El escenario fue un claustro maravillosamente engalanado, lleno de una extraña mezcla de individuos de la alta sociedad con fans de cepa con "artistas" de la farándula mexicana con gente que quién sabe por qué estaba ahí si no conocía más que una o dos de las maravillas musicales de Sting. Evidentemente para muchos fue una oportunidad de ver y dejarse ver, de caminar por la alfombra roja y aparecer luego en las revistas del corazón como personas altruistas y "comprometidas" con la causa de la educación en México. Mi naturaleza simple y la condición clasemediera de los últimos veinte años de mi vida me habían impedido verme en un ambiente similar en el pasado, digamos que fue la primera vez que estuve en un mismo lugar tanta "gente bonita", en un ambiente tan distinto y tan distante a lo que es mi vida cotidiana.
Siempre he dicho que las canciones de Sting y de The Police son como mi casa y ayer noche en eso consistió la magia: en corroborarlo, en darme cuenta de cómo en cuanto sonó el primer acorde de If I ever lose my faith in you todo lo distinto y lo distante se convirtió en territorio conocido, confortable y amado. La magia empezó a fluír, mi cuerpo a moverse, mi garganta a desgarrarse y mis pies, ampulados por los tacones necesarios para la ocasión y por las horas de espera en pie, a no sentir nada que no fuera una necesidad imperiosa de pegar de brincos. Una mezcla equilibrada de canciones de Police y de Sting en solitario me fue llevando de la mano por lugares, momentos y personas de mi vida, por euforias y felicidades, por mis amores y desamores. A diez metros de distancia pude ver que su rostro muestra las señales (que hace treinta meses no estaban ahí tan descaradamente) de unos sesenta años que se le acercan cada vez más y el bajo café descascarado que le acompaña desde hace tanta vida. El colofón de Roxanne me regaló el momento apoteósico de la noche, la piel de gallina y las ganas desesperadas de llorar mientras no podía parar de saltar con las manos en alto; Wrapped around your finger, Tea in the Sahara, The shape of my heart y Fields of gold me regalaron una deliciosa calma melódica y atiborrada de recuerdos; Every breath you take y King of pain, mis dos más grandes amores musicales "policiacos", fueron pura felicidad. Esos momentos hacen que valga la pena pagar el precio de cualquier boleto.
Cuando Fragile cerró la noche, las manos me dolieron de aplaudir, mis pies retomaron la conciencia de sus ampollas y del dolor por el atrevimiento de haber brincado dos horas con los zapatos inadecuados, mi garganta estaba seca, mis ojitos llenos de lágrimas felices y mi corazón eufórico. El camino al auto fue tortuoso, tanto que lo terminé descalsa. El regreso a casa fue en medio de ese silencio necesario para asimilar una experiencia musical que espero con toda el alma, se repita algún día.