El viernes fui al Cardio de Bosé. Me impresionaron tres cosas:
Una, que ya sabía de antemano pero que me sigue sorprendiendo cada vez: el tipo es un chingón, un artista de a deveras, un cuate que puede verse gay pero al mismo tiempo machín, no amanerado, respetable, buen bailarín, extraordinario showman, preciosa voz, rolas inolvidables, nunca con otro artista he sentido que el Auditorio Nacional pretenda caerse a pedazos después de una canción tan icónica y sentida como Nada particular (en la que, por cierto, me hizo sentir que volaba). El tipo sabe lo que hace, lo hace bien y yo podría verlo mil veces más y no cansarme de bailar adorándolo mientras lo escucho cantar. Además de todo esto, mi regresión acostumbrada en Si tú no vuelves esta vez fue distinta. A, la amiga que me acompañó, sabe mi historia de primera mano, cuando me escuchó cantar con ese harto sentimiento que siempre le pongo a dicha rolita me dijo: "... y que no vuelve el cabrón". Sentí tal alivio acumulado y desconocido hasta entonces que agradecí a Dios a todo pulmón por tal bendición aunque en su momento me haya significado una buena dosis de sufrimiento. Me encanta sentir que finalmente voy dejando ir a mis fantasmas.
Dos, algo que también ya sabía pero que me tomó por sorpresa: las amistades se pueden ir a la mierda en cualquier momento si no les ponemos cuidado. Y es que nunca antes me había desesperado tanto con mi amiga y su conversación frívola que casi siempre gira en torno a cómo ocultar su edad, a los kilos que no puede bajar, a lo bonita que se veía en tal o cual ocasión en la que usó tal o cual vestido y en la que se peinó de tal o cual manera. Y no es que yo sea profunda y con mensaje, tengo un lado frívolo muy desarrollado, pero me aburre hablar todo el tiempo del mismo tema, sobre todo cuando éste es tan fútil. Entiendo que la tolerancia es indispensable para la preservación de las amistades; entiendo también que puede que lo que suceda es que yo no estoy en el mismo canal de antes y de siempre, que estoy siendo muy grinch con el mundo; lo más probable es que sea yo y no ella. Mientras lo investigo seguiré anteponiendo el gran cariño que le tengo y pondré más que empeño en tratar de entenderla.
Tres, y esta vez no la vi venir: históricamente A fue la bonita, la de pegue, la que tenía la fila de pretendientes frente a su puerta. A los casi cuarenta la vida nos ha tratado de diferente forma, y no es que ahora yo sea la bonita y la de pegue (a esta edad una es más bien guapa y el pegue es cosa del pasado juvenil), pero me sorprendió notar que, mientras caminábamos por Reforma la mayoría de miradas masculinas se dirigían a mí. ¡Vaya triunfo estúpido! En realidad no diría esto si no fuera parte de un ejercicio de elevación de la autoestima, el simplemente reconocer y decir lo que de fuera nos llega como piropo o estímulo positivo.
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