lunes, 4 de julio de 2011

Sola

Me siento sola. Digamos que se me instaló en el sistema una de esas soledades que vienen acompañadas de incertidumbre y de dos millones de preguntas sobre la veracidad de mi existencia. Y es que hoy cargo como piedras en los bolsillos aquellos descubrimientos de mi propia identidad y responsabilidad sobre mí misma, porque esos momentos de iluminación se convierten en túneles oscuros poco después cuando no se complementan con un derrotero. Es de la chingada salir a la calle y que te dé lo mismo dirigir tus pasos hacia la izquierda o la derecha, porque cuando no sabes a dónde vas, la dirección que tomes resulta una nimiedad. Siento que he estado caminando así desde hace años y que nadie más que yo misma debe decidir en qué momento parar para replantear la totalidad de una existencia de 37. El pedo mayor es que tras de mí, sobre mi espalda, vienen todos y todo: la responsabilidad absoluta de decenas de personas, empezando por mis hijos, mi marido, mis padres, mis hermanos, mis empleados, mis suegros. Siento que si me detengo, la inercia hará que esa carga me aplaste o, de plano, me empuje al vacío, a uno al que no me asustaría despeñarme sola, sin la carga a mis espaldas. Así pues estoy sola y no. Sola para encontrar el rumbo y encender la vela que dé luz, sentido y dirección a mi vida. No, porque de mi éxito o fracaso dependen los de los otros; porque no puedo aventarme al vacío sin que ellos pierdan el equilibrio y, tal vez, caigan lo mismo.
Me siento sola desde adentro. Sola para tomar la decisión de parar o seguir, de volver a arrastrar los miedos y frustraciones como pesadas cadenas de fantasma de Dickens o sonreír a la vida y ponerme cara a cara con ella aunque esa sea aún una falsa impostura que ensayo cada minuto para volverla hábito y conseguirle certificado de autenticidad algún día.

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