Sublime sentimiento que invita a prodigar buena voluntad.
Por muchos años viví pensando que el amor era ese sentimiento maravilloso que se pinta con mariposas en el estómago y emociones colosales a flor de piel.
Claro está, la dosis que solía experimentar no era suficiente para durar eternamente, como se supone debe durar el amor, así que mi siguiente pensamiento era: "¿Realmente amo a alguien?".
Yo sabía que el amor no se limitaba a los confines de una relación entre hombre y mujer. Que se ama a los padres, hermanos, tíos, abuelos, sobrinos y en general al prójimo, solo que nunca supe de qué manera los amaba yo.
Siendo hija única siempre procuré primero mi bienestar antes que pensar en el ajeno, y eso es algo que hasta la fecha, me cuesta trabajo poner en el lugar que le corresponde, pues siempre pienso primero en como me afecta a mí lo que pasa con los demás.
Dado lo anterior, por muchos años fui por la vida sintiendo que el amor, ese sublime sentimiento que invita a tener buena voluntad para con los demás, era para todos menos para mí.
Un día conocí a alguien que me hizo ver mi error, que me hizo notar que a pesar del egoísmo que pudiera yo sentir en mi interior, a pesar de mis quejas y reniegos, era yo una persona capaz de dar y experimentar lo que el amor significa.
Hoy veo que el amor está por ejemplo: en la hechura del desayuno de mis hijos, en dejar que mi marido disfrute sus tiempos libres del modo que él prefiera, en dar presencia a un amigo, en cantarle al viento, en disfrutar cada momento venga como venga; y que el único modo de vivirlo es entregarlo sin pensar si será valorado o no, si será correspondido o no.
Esto es lo que significa para mí el amor.
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