Hace casi once años que soy madre. La vida es una antes y otra después de serlo. La de antes es más despreocupada, descansada, relajada y libertina; la de después es más compleja, con mayores responsabilidades, más dura pero también más completa, más libre, con más amor, más milagrosa.
Cuando eres madre se te llena la vida de cientos de sonrisas y "te quieros", de garabatos y de besos mojaditos, de lágrimas y cachetes gordos, de sueños y cuentos antes de dormir, de canciones de Hanna Montana y pósters del galán juvenil de moda, de "¿porqués?" y de noches sin sueño, de ruegos a Dios para que los proteja cuando salgan a la vida y de una búsqueda constante del perfeccionamiento del propio ser para poderlo transmitir a ellos; entre otros millones de cosas.
Ser madre, prolongarse en un ser nuevo, mirarse en los ojos de alguien que estuvo en tu seno, que creció dentro de tu cuerpo, que se alimentó de tu sangre... y después seguir compartiendo la vida, el día a día, los sueños, las esperanzas, los libros, los estadios y juegos de fut... lo resumo en una palabra: Milagro.
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