Ayer nos despertó el repicar del teléfono con una mala noticia: un amigo nuestro necesitaba donadores de sangre. Mi marido no hizo preguntas, simplemente se vistió y se fue al hospital.
Al principio pensé que mi amigo había tenido algún accidente o que tal vez ya lo habían programado para alguna cirugía en donde le faltaron donadores de sangre pero no fue así, fue víctima de un derrame cerebral.
Cuando escuché el diagnóstico y lo desalentador de sus expectativas de vida, me sentí devastada.
Un hombre joven (40) al borde de la muerte, una esposa haciendo equilibrio entre la línea que la separa de la viudez y, claro está, sus hijos que pueden quedarse en la horfandad paterna.
Miré al cielo y me puse en el lugar de mi amiga... "Moriré de dolor si él me falta" me dije y llamé a mis hijos para ponernos a rezar.
La muerte es un acto natural e inevitable. Todos habremos de morir y en la mayoría de los casos, no sabremos si lo haremos de un momento a otro o si lo haremos en medio de la vejez, pero por alguna extraña razón nunca estamos preparados para su llegada. Pensar en nuestra muerte nos lleva a una lista interminable de razones por las que no sería conveniente morir: ¿quién cuidará de nuestros hijos mejor que nosotros?, ¿cómo se sostendrá mi familia si yo falto?, ¿qué será de mis viejos si me ven morir?, ¿qué será de todo aquello que soñé llevar a cabo y que por angas o mangas, no hice?
La verdad de las cosas es que no somos impresindibles y que tras nuestra desaparición, el mundo seguirá su curso, tal como ha seguido hasta el día de hoy así que no vale la pena que me agobie por todo eso que ya estará fuera del alcance de mis manos.
Sin duda estoy agobiada porque sé que este es un momento muy difícil para mis amigos, pero también sé que la voluntad de Dios siempre es buena y que en medio del dolor, hay cientos de bondades como el consuelo y el amor.
Hoy fui testigo del amor de tantos y tantos amigos que fueron a dejar una palabra de consuelo, su apoyo y por supuesto su oración y me sentí tranquila porque sé que si yo llegara a estar en ese lugar, sin duda no estaría sola, como mi amiga no está sola.
No sé qué va a pasar, pero tengo fe en que pasará lo que sea mejor para todos y por eso le doy gracias a Dios.
Lo único sensato que nos queda por hacer, es orar para que esa voluntad de Dios se haga realidad entre nosotros.
Por favor, eleven una oración por todos aquellos que están en medio del dolor de la enfermedad.
¡Gracias!
Al principio pensé que mi amigo había tenido algún accidente o que tal vez ya lo habían programado para alguna cirugía en donde le faltaron donadores de sangre pero no fue así, fue víctima de un derrame cerebral.
Cuando escuché el diagnóstico y lo desalentador de sus expectativas de vida, me sentí devastada.
Un hombre joven (40) al borde de la muerte, una esposa haciendo equilibrio entre la línea que la separa de la viudez y, claro está, sus hijos que pueden quedarse en la horfandad paterna.
Miré al cielo y me puse en el lugar de mi amiga... "Moriré de dolor si él me falta" me dije y llamé a mis hijos para ponernos a rezar.
La muerte es un acto natural e inevitable. Todos habremos de morir y en la mayoría de los casos, no sabremos si lo haremos de un momento a otro o si lo haremos en medio de la vejez, pero por alguna extraña razón nunca estamos preparados para su llegada. Pensar en nuestra muerte nos lleva a una lista interminable de razones por las que no sería conveniente morir: ¿quién cuidará de nuestros hijos mejor que nosotros?, ¿cómo se sostendrá mi familia si yo falto?, ¿qué será de mis viejos si me ven morir?, ¿qué será de todo aquello que soñé llevar a cabo y que por angas o mangas, no hice?
La verdad de las cosas es que no somos impresindibles y que tras nuestra desaparición, el mundo seguirá su curso, tal como ha seguido hasta el día de hoy así que no vale la pena que me agobie por todo eso que ya estará fuera del alcance de mis manos.
Sin duda estoy agobiada porque sé que este es un momento muy difícil para mis amigos, pero también sé que la voluntad de Dios siempre es buena y que en medio del dolor, hay cientos de bondades como el consuelo y el amor.
Hoy fui testigo del amor de tantos y tantos amigos que fueron a dejar una palabra de consuelo, su apoyo y por supuesto su oración y me sentí tranquila porque sé que si yo llegara a estar en ese lugar, sin duda no estaría sola, como mi amiga no está sola.
No sé qué va a pasar, pero tengo fe en que pasará lo que sea mejor para todos y por eso le doy gracias a Dios.
Lo único sensato que nos queda por hacer, es orar para que esa voluntad de Dios se haga realidad entre nosotros.
Por favor, eleven una oración por todos aquellos que están en medio del dolor de la enfermedad.
¡Gracias!
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