El viernes por la noche se metió un ladrón a mi oficina pensando que no había nadie, pero no contaba con que una de mis compañeras, al notar que algo andaba mal con la chapa de seguridad de la puerta principal, fue a buscar a un cerrajero y volvió a la oficina un poco más tarde. Ella y su esposo (que afortunadamente la acompañó porque ya era de noche), fueron amagados con un arma de fuego y encerrados en la cocina para poder cometer la fechoría.
Más tarde, otro de mis compañeros regresó a recoger su equipo portátil que había dejado esa tarde al salir a comer y ¡Zaz! El tipo lo sometió y lo encerró en la cocina junto con nuestra compañera y su esposo.
Dadas las circunstancias, el tipo tomó los objetos más a la mano, arrancó los teléfonos y salió de la oficina llevándose además los celulares y las llaves de mis compañeros sin causarles más daño que un susto endemoniado.
Es la segunda vez que nos roban en lo que va del año y ahora pensamos que no importa cuántas medidas de seguridad tomemos, los rufianes siempre se las arreglarán para cometer sus fechorías.
Sinceramente tengo miedo y no por mí, sino por mis hijos. Entre mis objetos personales hay fotografías de mis pequeños y un letrero con mi nombre y no puedo evitar pensar en si el tipo es un ladronzuelo de poca monta, o si además se dedica a extorsionar.
La oficina es para muchos un segundo hogar y cuando éste es violado, la mente le da vuelta a las posibilidades de que cosas peores puedan pasar. Es evidente que nos vigilan, saben a qué hora entramos y salimos, cuántos somos y ahora conoce a nuestros familiares y nombres. ¿Qué puede hacer con toda esa información?
Hoy fue difícil volver a la oficina y encontrar los rastros del atraco, tuve miedo pero no me quedó más remedio que armarme de valor y seguir con mi vida, no como todos los días, pero sí seguir de la mejor manera posible.
Comparto esta triste historia a mis queridas amigas que vienen a leer las cosas que aquí escribimos y a quien nos venga a leer, no con el afán de mortificar, sino de recordarles que las precauciones nunca están de más en un mundo que está tan contaminado por la corrupción, el crimen y los malos hábitos.
Siempre observen a la gente a su alrededor, miren si los siguen al tomar el coche o el transporte público, tomen rutas distintas al trabajo siempre que se pueda, alerten a sus hijos sobre la presencia de extraños y enséñenles a estar alerta y nunca se queden solos en la oficina.
Cuídense mucho.
Más tarde, otro de mis compañeros regresó a recoger su equipo portátil que había dejado esa tarde al salir a comer y ¡Zaz! El tipo lo sometió y lo encerró en la cocina junto con nuestra compañera y su esposo.
Dadas las circunstancias, el tipo tomó los objetos más a la mano, arrancó los teléfonos y salió de la oficina llevándose además los celulares y las llaves de mis compañeros sin causarles más daño que un susto endemoniado.
Es la segunda vez que nos roban en lo que va del año y ahora pensamos que no importa cuántas medidas de seguridad tomemos, los rufianes siempre se las arreglarán para cometer sus fechorías.
Sinceramente tengo miedo y no por mí, sino por mis hijos. Entre mis objetos personales hay fotografías de mis pequeños y un letrero con mi nombre y no puedo evitar pensar en si el tipo es un ladronzuelo de poca monta, o si además se dedica a extorsionar.
La oficina es para muchos un segundo hogar y cuando éste es violado, la mente le da vuelta a las posibilidades de que cosas peores puedan pasar. Es evidente que nos vigilan, saben a qué hora entramos y salimos, cuántos somos y ahora conoce a nuestros familiares y nombres. ¿Qué puede hacer con toda esa información?
Hoy fue difícil volver a la oficina y encontrar los rastros del atraco, tuve miedo pero no me quedó más remedio que armarme de valor y seguir con mi vida, no como todos los días, pero sí seguir de la mejor manera posible.
Comparto esta triste historia a mis queridas amigas que vienen a leer las cosas que aquí escribimos y a quien nos venga a leer, no con el afán de mortificar, sino de recordarles que las precauciones nunca están de más en un mundo que está tan contaminado por la corrupción, el crimen y los malos hábitos.
Siempre observen a la gente a su alrededor, miren si los siguen al tomar el coche o el transporte público, tomen rutas distintas al trabajo siempre que se pueda, alerten a sus hijos sobre la presencia de extraños y enséñenles a estar alerta y nunca se queden solos en la oficina.
Cuídense mucho.
3 comentarios:
Con tristeza debo decir que entiendo lo que sientes, no porque me haya pasado en mi persona, pero sí porque a mi esposo le pusieron una pistola en la cabeza delante de nuestros hijos una vez y otra un picahielo en el costado. Vivimos, como bien diría Fito Páez, en tiempos donde todos contra todos. Una piedra más en el zapato.
¡Ánimo! Un abrazo
En un mundo tan desordenado como éste, siempre habrán quienes quieran hacer daño. Espero que nunca tengas que pasar por un mal rato así. Siempre hay que estar preparados.
Casualmente, me topé con este blog, el cual no visitaba hace tiempo. Me alegra de todo corazón que ustedes sigan escribiendo. No es fácil mantener un blog, junto a la carga diaria de familia y trabajo. Seguiré pendiente de sus posts...
Besos! Valerie
¡Muchas gracias amigas queridas por su apoyo y cariño!
Me da gusto Vale que nos visites. Ciertamente que no ha sido fácil mantenernos porque a veces la vida fuera de este mundo virtual nos absorbe, ¡y de qué manera! Pero aquí estamos echándole ganas a la vida.
Un beso para ambas.
Publicar un comentario