sábado, 1 de octubre de 2011

La opinión que importa

¿Será que uno practica lo que aprende, aunque eso signifique fastidiarse la vida?

Hace unos meses caí perfectamente en la cuenta de cuan importante es para mí la opinión de los demás. 

También me di cuenta de lo mucho que me ha afectado seguir esos estándares con los que los demás juzgan si soy buena o mala persona, si soy considerada o no, si soy buena en lo que hago o no.

¿Existen realmente esos estándares o siempre han estado en mi cabeza?

Bueno, debo admitir que la mayor parte de las veces esos estándares están sólo en mi cabeza. Conclusiones sobre su comportamiento, comparados con una lista en mi base de datos de comportamientos aceptados y no aceptados por parte de las personas.

No es mentira cuando decimos que somos nosotros mismos los peores jueces. La mayor parte de las veces a las que me refiero, todo sale de lo que yo misma fabrico en mis juicios y lo que creo que las personas piensan o pensarán de mí en equis o zeta caso; y al final, es solamente cuestión de achacarle ese juicio a alguien.

Cuando pequeñita, mi mamá tenía mucho cuidado con mi cabello, lo cepillaba todos los días y me peinaba de cientos de formas distintas. Sí, fui una preciosa muñeca de cabellos largos y rizados por mis primeros cinco o seis años. Me gustaba mucho mi cabello, pero soy consciente de que mantenerlo arreglado es todo un lío y teniendo que salir de casa a las 5:30 de la mañana, lo más práctico era optar por un cabello corto.  Lloré y sufrí mucho la pérdida de mi larga cabellera, pero eso fue sólo el principio, lo peor vino cuando los demás me vieron y me dijeron: "pelona".

El cabello crece, pero si lo tienes rizado como yo, existe un periodo de tiempo entre que es corto y quiere dar el brinco a mediano, en donde lo mejor es que traigas permanentemente un casco de motociclista. Durante ese tiempo, pasé de "pelona" a "hija de _________ (un futbolista colombiano de los setentas con cabello afro, cuyo nombre no puedo recordar)".

Para evitar los comentarios, siempre procuré tenerlo corto y cuando decidí tenerlo largo, hice lo posible por traerlo agarrado con broches y cientos de pasadores. Una vez que logré tenerlo largo de nuevo, no volví a dejar que me lo cortaran más que de las puntitas  para darle forma. Mi papá decía que ir a la estética era tirar el dinero a la basura.

Como el cabello, tuve cientos de otras cosas que cuidé sobre mi aspecto por no dar una imagen que no quería dar.

Ahora mi hijo mayor pasa por lo mismo y aunque lo entiendo perfectamente sus razones, la luz de los años me ha dicho que no vale la pena preocuparse por lo que dirán los demás. Cuando te preocupas por lo que los demás piensan (y también por lo que no piensan o lo que tú crees que piensan), estás en el camino correcto a una vida mayormente miserable.

Pero bueno, ¿qué puedo decirle si yo misma estoy en ese camino?


Supongo que lo mejor que puedo hacer es que, ahora que he visto la luz del otro lado del túnel, dejar que él descubra eventualmente lo que esto significa... con un poco de suerte, se dará cuenta antes de llegar a los cuarenta; tal como me pasó a mí.

Un abrazo con aprecio.

2 comentarios:

Raelana dijo...

¡Qué post tan acertado! Y cuanta razón tienes, yo no tuve problemas con el cabello (lo tengo muy liso), pero sí con otras cosas y te entiendo perfectamente.

Anabell dijo...

¡Muchas gracias por comentar amiguita!
Sí, fíjate que decidí hacer la entrada más que nada porque como lo que nos pasa a mi hijo y a mí, le puede pasar a cualquiera con infinidad de circunstancias y cosas.

Te mando un apapcho lleno de cariño. Besitos.