"Don't think me unkind
Words are hard to find
The only cheques I've left unsigned
From the banks of chaos in my mind
And when their eloquence escapes me
Their logic ties me up and rapes me
De do do do, de da da da
Is all I want to say to you
De do do do, de da da da
Their innocence will pull me through
De do do do, de da da da
Is all I want to say to you
De do do do, de da da da
They're meaningless and all that's true
Poets, priests and politicians
Have words to thank for their positions
Words that scream for your submission
And no one's jamming their transmission
'Cos when their eloquence escapes you
Their logic ties you up and rapes you
De do do do, de da da da
Is all I want to say to you
De do do do, de da da da
Their innocence will pull me through
De do do do, de da da da
Is all I want to say to you
De do do do, de da da da
They're meaningless and all that's true".
¿Cuánta gente dice miles de cosas que parecen coherentes sin que estas tengan realmente sentido?
Mentiría si dijera que fue esta la primer canción que escuché del trío británico “The Police”, pero recuerdo perfectamente que fue de las primeras porque cuando la escucho, la figura de mi abuela paterna, con algunos años menos, menos canas, su delantal de cuadritos azules y blancos y su pose de brazo derecho sobre la cintura en forma de jarra, se aparece frente a mis ojos diciendo: “¿De do do do, de da da da. Qué es eso? Lupe – dirigiéndose a mi tía la menor – apaga ese ruido”.
Como buen adulto mayor, mi abuela nunca le encontró sentido y mucho menos belleza a lo que sus hijos adolescentes escuchaban. Mi tía no apagaba la radio, solo bajaba un poco el volumen por un rato.
Yo era niña, tendría tal vez 9 o 10 años. Tampoco sabía lo que esas palabras querían decir, pero el ambiente de la canción me parecía divertido, tanto que lo tarareaba quedito desde mi cama en la parte baja de la litera para que mi abuela no me escuchara y se enfadara.
Nunca pasó por mi mente que algún día estaría de pie, a unos 35 metros de estos tres tipos geniales que enloquecidamente entonaban el “De do do do, de da da da”; mucho menos pensé que los vería bailar estas y otras canciones que con el paso del tiempo se agregarían al repertorio de mis recuerdos y que me contagiarían con su entusiasmo y buena vibra.
Sin duda fue todo un PRIVILEGIO haber podido ser testigo de la reunión de uno de los íconos más importantes y trascendentes que ha tenido el rock en lengua inglesa. Fue como vivir lo impensable, lo que solo ocurre en los confines de la imaginación de un cuenta cuentos.
Recorrí más de 560 kilómetros, con sus altas y bajas, estaba muy cansada por un día difícil en una ciudad ajena y complicada, pero cuando finalmente los vi, ese cansancio y fastidio comenzó a desvanecerse. Estaban tan cerca de mí que al cerrar mis ojos, mi mente todavía es capaz de reproducir los momentos vividos a su lado.
El clima fue benévolo, aunque por algún rato llovió, minutos más tarde, la luna se asomó por entre las nubes para regalarnos su esplendor en medio de las notas de “Roxanne” que entonaban Sting y los casi 50,000 admiradores que tuvimos la fortuna de estar ahí.
Es difícil poder transmitir todo lo que sentí la noche del 24 de noviembre de 2007, pues en unos instantes se conjuntaron: momentos de mi niñez “caminando en la luna”, el recuerdo de mi primer amor adolescente no correspondido mientras yo estaba pendiente de “cada respiro que daba”, mis brincos soñando que un chico dijera “todo lo que ella hace es mágico”, el instante en que conocí al “Rey del Dolor”, y el día que “me envolví en su dedo”. Fue como ver fragmentos de mi vida antes de morir y llegar al paraíso… sí, creo que eso fue, unas horas de éxtasis, éxtasis que sin duda experimentó cada corazón en aquel lugar, incluso aquellos que en principio no tenían idea de quien era “The Police”.
Además de momentos de ensoñación, esta experiencia me llevó de la mano a encontrarme con una nueva forma percibir la música de estos extraordinarios hombres. Durante mis años juveniles (más juveniles), mi fascinación se centraba solo en Sting; pues para mí, él era el genio que todo lo creaba, seguramente porque siempre lo que más llama la atención es ese timbre de voz tan peculiar que posee. Hoy que han pasado más de 20 años, puedo ver que “The Police” no es solo él y esto es maravilloso. Ahora soy capaz de darme cuenta que la magia no solo está en las letras que él haya escrito y que siempre me han parecido fascinantes e hipnotizadoras; definitivamente sin el sentimiento, la técnica y la creatividad que aportan Andy Summers en la guitarra y Stewart Copeland en la batería, mucho del encanto y majestuosidad de sus canciones estaría perdido en alguna dimensión desconocida.
Me encantó escuchar los arreglos en “Wrapped around your finger” y “King of Pain” y a Stewart luciéndose en lo que mejor sabe hacer: tocar percusiones.
Aprecié en toda su extensión la calidad musical y técnica de Andy, quien se pasó prácticamente todo el concierto frente a mí, me maravillé ante el virtuosismo y energía que transmitía Stewart y admiré todavía más, la calidad vocal de Sting a pesar de estar delicado de la garganta.
Eso se llama amor a lo que haces. Eso es lo que los hace grandes entre los grandes, porque a pesar de tener enormes diferencias entre ellos, han sabido enfrentarlas y superarlas para regalarnos un trozo más de sus vidas y dejarnos compartir con ellos, un poco de la nuestra.
Gracias chicos por hacerme escuchar “voces dentro de mi cabeza, ecos de cosas que ustedes dijeron”.
Con profunda admiración:
Anabell
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