martes, 20 de noviembre de 2007

Miedo

Durante semanas traté de no pensar, de no imaginar tus grandes ojos mirándome desde el umbral del quirófano... una vez más.

Cuando eras pequeñita te leía cuentos mientras cambiabas tus ropas por la bata estéril color azul gastado. Nunca me permitiste ayudarte, preferías batallar con botones y zippers si a cambio podías escuchar las historias de Wilde. No sé si entonces era más sencillo; no preguntabas sobre la vida y la muerte, no sabías de consecuencias ni de dolores, no llorabas cuando la enfermera te tomaba en brazos para llevarte a tu encuentro con el bisturí; pero era durísimo decirte adiós mientras sonreías agitando tu manita regordeta y yo tenía que tragarme mi llanto, mi miedo y la terrible incertidumbre sobre si te volvería a ver.

Esta vez será distinto, ya no eres pequeña; pero yo sigo siendo la misma miedosa y no sé si esta vez podré disimular lo que se ha estado incubando en mi alma desde que te diganosticaron la cirugía. Sólo de pensarlo me inundo de llanto.

Tengo miedo, un miedo terrible de no tener la capacidad de ser tu fortaleza, de no aguantar el dolor de ver tus ojitos nublados y tu mano, ahora delgada, agitándose mientras te alejas; tengo miedo de derrumbarme cuando me necesites como el acero.

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