Recuerdo aquella mañana de escuela cuando mi mamá fue buscarme a mi salón de tercero de secundaria.
"Te tengo una mala noticia, tu maestro de música tuvo un accidente cuando iba de camino a la escuela y falleció."
No pude decir palabra, tristemente lo presentía, la suya fue una de las primeras muertes anunciadas que llegaron a mi vida a través de los sueños y no me quedó más remedio que resignarme ante su partida.
Después de él ya no volví a tocar la flauta, sin embargo nunca la deseché y las partituras que me regaló se convirtieron en parte de mi equipaje.
Hace algunos meses que mi hijo mayor comenzó a recibir clases de flauta en el colegio. Recuerdo el día que fuimos a buscar el dulce instrumento y me encontré con que ya las hacen de colores. Eligió la verde mientras escuchábamos algunas de las mejores rolas de Pink Floyd que sonaban en el ambiente y entusiasmado me dijo: “¿Practicamos mamá?”.
Saqué de un cajón olvidado a mi vieja compañera, le arranqué algunas notas y con nostalgia recordé a aquel buen hombre un poco regordete, con rostro inocente y carácter bonachón.
En ese instante volví a tener 13, volví a sentarme en aquella butaca de madera pintada de gris frente a su escritorio para que me escuchara y me evaluara.
Yo nunca toqué en público (sin contar a mis compañeros de clase), mi hijo sí. No sólo comenzó varios años antes que yo, él ya supo para qué se aprende a tocar un instrumento: para arrancar sentimientos hechos lágrimas de una mamá emocionada.
Me siento feliz porque ya tenemos algo más en común y porque gracias a eso, recuperé una parte muy querida de mi vida.
"Te tengo una mala noticia, tu maestro de música tuvo un accidente cuando iba de camino a la escuela y falleció."
No pude decir palabra, tristemente lo presentía, la suya fue una de las primeras muertes anunciadas que llegaron a mi vida a través de los sueños y no me quedó más remedio que resignarme ante su partida.
Después de él ya no volví a tocar la flauta, sin embargo nunca la deseché y las partituras que me regaló se convirtieron en parte de mi equipaje.
Hace algunos meses que mi hijo mayor comenzó a recibir clases de flauta en el colegio. Recuerdo el día que fuimos a buscar el dulce instrumento y me encontré con que ya las hacen de colores. Eligió la verde mientras escuchábamos algunas de las mejores rolas de Pink Floyd que sonaban en el ambiente y entusiasmado me dijo: “¿Practicamos mamá?”.
Saqué de un cajón olvidado a mi vieja compañera, le arranqué algunas notas y con nostalgia recordé a aquel buen hombre un poco regordete, con rostro inocente y carácter bonachón.
En ese instante volví a tener 13, volví a sentarme en aquella butaca de madera pintada de gris frente a su escritorio para que me escuchara y me evaluara.
Yo nunca toqué en público (sin contar a mis compañeros de clase), mi hijo sí. No sólo comenzó varios años antes que yo, él ya supo para qué se aprende a tocar un instrumento: para arrancar sentimientos hechos lágrimas de una mamá emocionada.
Me siento feliz porque ya tenemos algo más en común y porque gracias a eso, recuperé una parte muy querida de mi vida.
2 comentarios:
Parece increíble como sin querer, hay personas que marcan la vida de uno. Mi querida maestra de historia, que fué la primera que me animo a escribir y que me permitio darle rienda suelta a mi imaginación representando, a modo de obra teatral, algunos pasajes de la historia de México.
De siempre en vez, toda vez que publico, sé que en algun lugar ella estaria sonriendo y diciendome ¡atrévete!
Felicidades por tu escrito queridisima Lee.
Besos mis estimadas anabelle´s
Hola mi querida Dylan,
Bridenmos pues, por tu maestra de historia y mi maestro de música.
¡SALUD!
Te mando un gran abrazo y los mejores deseos para el año que viene.
¡Felices Fiestas!
Gracias por venir.
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