Tus ojitos miran absortos hacia arriba, a Jesús en su cruz de madera, de pecados, de perdón; escuchas con atención, al mismo tiempo, lo que el sacerdote te cuenta desde el altar; vibras con las notas de las guitarras y las voces de soprano y tenor que llegan desde arriba.
Finalmente llegó el día y recibes a Dios en tu corazón de niño, bueno y sensible.
La felicidad se me desborda desde dentro mientras te miro, a un metro de mí, llenarte de luz y de plenitud... todo tú eres luz, mi niño, todo tú, y me contagias las ganas y la fe perdidas hace tanto, tanto que ni siquiera recuerdo; parece como si el tiempo no hubiera pasado y de pronto me veo niña, en ese mismo lugar, treinta años atrás, recibiendo la comunión por primera vez en medio de la sorpresa y el estupor, sin saber qué hacer o qué pensar, pero a fin de cuentas llena de Dios.
Hoy, Ger, nos llenaste a todos, nos contagiaste, nos regalaste tu sonrisa, de por sí maravillosa, pero hoy, luminosa al extremo, franca, sencilla... feliz, porque Dios estuvo en ti y en nostros a través tuyo.
¡Felicidades, mi niño! Te amo.
Aio maio
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