Conocí a Mario Benedetti con "Quién de nosotros", una novela corta cuyo argumento se basa en un triángulo amoroso. Me bastó leer la primera página para comprender que me había topado con algo grande, con la majestuosidad de unas letras diferentes a todo lo que había leído antes; comprendí entonces que el amor puede ser contado de formas diversas a las que estaba acostumbrada, y hasta opuestas, que la belleza de la palabra común bien dicha o tejida o contada es mucho mayor que la de aquella cargada de ornamentos complejos, incómodos o incomprensibles.
El flechazo había sucedido.
Después vino "La tregua" con esa enorme carga emotiva que me llevó de la carcajada en los inicios al llanto convulsivo con la muerte de Laura Avellaneda y la consecuente soledad de Martín Santomé.
Fué ahí cuando me enamoré de él, cuando comencé a buscarlo en las librerías y me topé de paso con su poesía cotidiana, con sus cuentos y con otras de sus novelas. "Gracias por el fuego", "Andamios"... "Primavera con una esquina rota": el mejor de los finales jamás contado o, mejor dicho, no contado. Esta última me dio el tiro de gracia. Caí rendida a sus pies.
Ayer fui incapaz de escribir algo sobre su partida del mundo de los vivos. Me dolió. Sus letras han sido parte de mi día a día durante los últimos diez años. Algo de mí se murió con él, pero algo mucho más grande sigue latiendo y es la admiración por su talento majestuoso y la gratitud por haberme enseñado que también se llora con la belleza de una frase (justo como se goza con la intensidad de un buen orgasmo) y la certeza de que la palabra es de todos pero de pocos la capacidad para hacerla hermosa... ¡de verdad quisiera ser una de ellos!
Algún día iré a Montevideo y me será parada obligatoria la tumba de ese genio de las palabras.
QDEP
Gracias a Jorge por el video.
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