Desde hace algún tiempo me siento como indigente cibernética. Por elección propia he dejado los espacios en los que alguna vez fui participante activa, en los que descubrí mi pasión por las letras y otros en los que me divertí formando parte de un grupo. Hoy no pertenezco a nada y a ratos me siento rodeada de una especie de horfandad. Necesito encontrarme un sitio, de preferencia fuera de los límites de la red. Algunas veces me atacan los deseos de no volver a encender una computadora, ojalá que mi trabajo me lo permitiera.
Creo que todo se reduce a que hace tres años que carezco de pertenencia social. Mucho trabajo y poco tiempo libre, mucho cansancio y poca disposición. El problema está identificado, la complicación viene cuando intento trazar un curso de acción... ¿a qué hora? Tal vez si el día tuviera treinta y seis horas alcanzaría para algo, pero no es así y las veinticuatro de que dispongo apenas dan para lo básico: trabajar en la oficina, trabajar en la casa, atender familia, comer y dormir PUNTO. Pero ya me desvié. El caso es que mi horfandad cibernética y social en la realidad, me ha pegado fuerte hoy. Mañana será otro día.
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