La mejor amiga de mi hija tiene diez años. Ayer dio, le dieron, regaló o le robaron (cuestión de enfoque y de detalles que desconozco) su primer beso. Su madre no tiene idea, ¿cómo va a imaginarlo siquiera si se supone que esa no es una edad para andar por la vida regalando besos?
En mis tiempos, como decía mi abuela, nos tomábamos la vida con más calma. Claro que yo me la tomé con demasiada, porque el primer beso me sucedió a los dieciocho. Ya sé que rebacé con mucho la media de la población adolescente de mi generación, pero ¿qué le vamos a hacer?, en ese entonces yo tenía la ideología de la Criada Bien Criada, o sea que necesitaba escuchar campanitas para dejarme besar.
Las niñas de hoy van muy a prisa, deseosas de comerse el mundo (y a los muchachos) a edades en las que aún no son capaces de lavar sus calzones.
¿Qué podemos hacer las madres al respecto? ¿Será suficiente mantener abiertos los canales de comunicación? ¿Explicarles que depende de ellas el recuerdo que ese momento, que debiera ser mágico y maravilloso, les deje para el resto de sus vidas? Yo espero que sí. Por lo pronto, es lo único que tengo a la mano para tratar de mostrarle a mi puberta que no hay prisa, que como mujeres debemos regalarnos experiencias bellas y no dejarnos llevar por la moda o por la curiosidad a una edad demasiado temprana.
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