lunes, 16 de marzo de 2009

La hora de las luciérnagas


Creo que todo en mí se reduce a una sola palabra: luz.

Este fin de semana me sumergí en varias de las que siempre he considerado mis luces favoritas: las estrellas, la luna, una fogata, las chispas de sol colándose entre las hojas de los árboles y reflejándose en el agua corriente de un río lento; pero hoy quiero dedicar un pensamiento especial a esos insectos mágicos que poseen la peculiaridad de romper la noche con su pequeña y fugaz aportación de luz y que lo convierten todo en un gigantesco arreglo de Navidad: las luciérnagas. Me resulta inevitable observarlas y sentir envidia de la belleza que son capaces de regalar con su danza aérea, etérea y amorosa; quisiera atraparlas y llevarlas a mi mundo loco para sentir la paz de su brillo cuando parece que todo lo demás se lo traga la oscuridad, para llenarme de la sencillez de su naturaleza que encierra, paradójicamente, la grandeza de la vida. Varias veces he estado con ellas, rodeada de su magia y siempre, siempre me regalan esa sensación que ahora mismo me explota en el pecho y que no sé exactamente cómo describir.

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