A veces siento que no entiendes, que no escuchas, que no has logrado conocerme en todas mis dimensiones y me hiere hasta la médula saber que hay cosas que no puedo compartir contigo porque simplemente no entenderías. Entonces me siento sola y triste y abandonada y rabiosa. Sin embargo, casi siempre, justo cuando estoy a punto de explotar, me muestras ese otro tú, ese al que amo desde hace tantos años; ese tú cariñoso, tierno, divertido, responsable y corresponsable de nuestra vida juntos, ese tipo cooperador y consciente de que necesito mi propio espacio, mis momentos de soledad, mis rolas, mis letras... y me desarmas la ira y me destrozas el abandono y descubro con deliciosa sorpresa que tus manos aún me mueven como el primer día, que sigo siendo incapaz de oponerles resistencia.
Y sí, duele saber que nunca leerás y que aunque lo hicieras no sentirías lo que intento transmitir al escribirte, pero no es necesario porque sé que en cuanto termine de teclear, publique la entrada y cierre mi sesión, subiré y tus brazos estarán abiertos para mí y mis silencios, esos que guardan lo que a veces siento que no entiendes ni escuchas. ¿Hace falta más?
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